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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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La culpable aquiescencia europea ante los excesos de Israel

La UE debe mantener un compromiso con la seguridad israelí que no signifique avalar el persistente pisoteo de los derechos palestinos

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, el pasado 12 de octubre en Tel Aviv.
La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, el pasado 12 de octubre en Tel Aviv.Europa Press
Andrea Rizzi

El Gobierno francés se ha mostrado esta semana dispuesto a considerar la opción de imponer sanciones europeas a los colonos israelíes responsables de actos de violencia contra los palestinos en Cisjordania; es decir, a personas que, además de ocupar ilegalmente territorio, agreden a la población desposeída. Desde el 7 de octubre hasta el 30 de noviembre, 241 palestinos —entre ellos 63 niños— han muerto en Cisjordania, según datos de la ONU, a manos, sobre todo, de las Fuerzas Armadas israelíes (231), pero también de colonos (ocho; dos víctimas sin causa esclarecida). Ya antes del actual estallido, la violencia estaba al alza. LA ONU atribuyó a los colonos 591 ataques en el primer semestre del año, un 39% más que el año anterior, causando tanto daños físicos como materiales. Otros 299 han ocurrido desde el 7 de octubre. Al hilo del movimiento francés, un cable de la agencia Reuters citaba una fuente diplomática europea que advertía de que, si bien Francia está a favor de impulsar la idea, otros miembros de la UE no.

El asunto no es el elemento central mientras miles de personas mueren en Gaza por la respuesta israelí al ataque de Hamás, pero resulta perfectamente significativo de hasta dónde ha llegado la aquiescencia europea ante Israel: incluso imponer sanciones a colonos que se adueñan de tierras sin derecho y agreden es un problema.

Israel tiene derecho a vivir en paz y seguridad y, por supuesto, a defenderse de ataques infames. Pero esto no incluye un derecho a una ocupación ilegal e indefinida, a pisotear la perspectiva de un Estado palestino, a responder con castigos colectivos. Sus amigos deberían ayudarle para lo primero y no consentirle lo segundo, porque es injusto y porque además es dañino, a largo plazo, para su propia seguridad.

Por supuesto, Estados Unidos es la potencia que tiene más capacidad de influencia sobre Israel. Pero la UE también tiene peso y no lo ha usado de forma adecuada. Es el primer socio comercial de Israel, y lo único que ha hecho ante décadas de ocupación ilegal y de rechazo de unas negociaciones de buena fe ha sido exigir un etiquetado específico a productos procedentes de territorios ilegalmente ocupados. Incluso esa medida nimia y de obvia justificación cosechó una atronadora respuesta de Netanyahu, quien la tachó de vergüenza, en un símbolo de cómo Israel intenta frenar todo movimiento contrario a sus intereses jugando la carta moral.

Por otra parte, si bien Washington es el socio militar clave de Israel, los países europeos contribuyen significativamente a la defensa del Estado judío. Si las armas de EE UU representaron dos tercios de las importaciones israelíes en el sector en la última década, Alemania aportó un 27% e Italia un 4%, según datos recopilados por el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo. En un plano diferente, el de los componentes esenciales o equipamientos no letales, otros países también desempeñan papeles relevantes, entre ellos España o Países Bajos, donde la justicia ha abierto un caso por la denuncia de organizaciones defensoras de derechos humanos que creen que la venta de componentes de aviones de combate F-16 configura una corresponsabilidad en posibles crímenes de guerra en Gaza.

El secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken, se ha referido esta semana de forma más explícita que nunca desde el 7 de octubre a los requerimientos de Washington con respecto a la acción militar de Israel. Dijo que para EE UU es imperativo que la enorme pérdida de vidas civiles y el desplazamiento masivo vistos hasta ahora en Gaza no se repitan. También dijo que Israel no debe golpear infraestructuras críticas como hospitales, centrales eléctricas, estructuras de suministro de agua, y que debe designar áreas claramente seguras para los civiles. Vale. Pero, de entrada, puede decirse que estos requerimientos llegan tarde. Después, para el futuro: ¿son estas líneas rojas?; ¿habrá consecuencias si Israel las cruza?

Debe haber consecuencias, esa es la cuestión. Es un debate complejo. No debería dejarse en manos de las voces más radicales, pero eso es lo que ocurre cuando los moderados se lavan las manos.

Israel es un Estado rodeado de actores sin escrúpulos, no puede negarse, y Hamás es promotor de prácticas terroristas intolerables y debe ser desactivado. Hay que ayudar a Israel a vivir en seguridad en ese entorno. No es fácil. Pero no puede permitírsele la subyugación asfixiante, con respuestas desproporcionadas, que ha venido practicando. Esa política es injusta y, ahora se ve bien, fallida, porque esa opresión, ese olvido, no ha proporcionado seguridad. Israel debe consentir el desarrollo de las aspiraciones de los palestinos, que tienen pleno derecho a ello. Si no lo hace, quedarse inertes es una forma de complicidad con un abuso.

Los europeos deberían activarse, en lo inmediato, ante el sufrimiento en Gaza, y en el medio plazo para soluciones políticas de fondo. Sancionar a los colonos violentos no daña la seguridad de Israel. Hay que debatir de ello, y no puede ser tabú tampoco debatir de boicotear productos procedentes de territorios ocupados o revisar criterios y condicionalidades del suministro de armas.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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