Si Podemos volviera a empezar
El partido de Irene Montero e Ione Belarra puede tener muchos enemigos, pero el peor sigue dentro, y es la incapacidad de reconocer y corregir errores
Todos guardamos un registro íntimo de errores. De cosas que habríamos evitado, que no habríamos dicho o que habríamos hecho de forma diferente. Crecer incluye la conciencia de la equivocación. Sé que trasladar esto a la política es pura ciencia ficción, pues en el reconocimiento de la debilidad propia parece residir la fortaleza del contrario. El problema es cuando ese empecinamiento te aísla de los tuyos sin necesitar siquiera a esos contrarios. Ese día te conviertes en tu peor enemigo.
Hablamos de Podemos, sí. La explosión de ilusiones y exigencias con que nació el partido de Pablo Iglesias logró hacerse un hueco merecido en un escenario adormecido por la inercia y estéril de respuestas ante la cadena de crisis que vivíamos. Podemos sacudió el tablero, obligó al PSOE a analizar su anquilosamiento y a explorar nuevos avances que llegaban alto y claro desde la calle. Frente a los temores extendidos por la derecha de que se avecinaba el bolivarianismo, unas causas judiciales que fueron quedando en nada y un acoso familiar inmisericorde, supo obligar al PSOE a estar atento a la izquierda y no solo a la ortodoxia.
El brillo que aportó, sin embargo, se apagó también por méritos propios. Las depuraciones de figuras importantes, la autocombustión en la que entró el propio Iglesias al abandonar la vicepresidencia para saltar a la Comunidad de Madrid y de ahí al vacío, el señalamiento a dedo de Yolanda Díaz como sucesora y, después, las zancadillas internas entre unos y otros han hecho el resto.
Pero acaso lo más determinante ha sido otra cosa. Una cuestión de actitud. En lugar del registro íntimo de errores que mencionaba, las representantes de Podemos que quedaban en el Gobierno han hecho el de agravios. El empecinamiento tomó el poder y sustituyó lo que debió ser autocrítica. La ley del solo sí es sí aportó algo de gran relevancia histórica como es el principio del consentimiento y esperemos que eso se convierta en piedra, pero la obstinación en el error y su atribución a los “jueces machistas” fijó el terreno para el suicidio político.
La última entrega de esta triste historia es la patética acusación que han hecho Irene Montero e Ione Belarra a Pedro Sánchez por echarlas del Gobierno. Se prescindió de ellas, sí, como antes de Carmen Calvo, perdedora en ese momento por su visión opuesta de las cuestiones de igualdad, o ahora a Pilar Llop, quemada en la misma hoguera. Sin que se les haya notado.
Podemos puede tener muchos enemigos, pero el peor sigue dentro, y es la incapacidad de reconocer y corregir errores. De comunicar qué habrían hecho de forma diferente si volvieran a empezar. ¿Se lo preguntarán, al menos?
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