_
_
_
_
ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Protagonistas a toda costa

En Francia se ha puesto de moda colgar en TikTok las reacciones de aflicción suscitadas por la adaptación cinematográfica del fenómeno literario ‘El consentimiento’, de Vanessa Springora, en el que cuenta su experiencia con el escritor pederasta Gabriel Maztneff

Fotograma de la película 'Le Consentement', de Vanessa Filho, con Jean-Paul Rouve y Kim Higelin.
Fotograma de la película 'Le Consentement', de Vanessa Filho, con Jean-Paul Rouve y Kim Higelin.
Carla Mascia

Nunca es agradable ver reaparecer el nombre del pederasta Gabriel Matzneff en las tendencias de X en Francia. El hombre que abusó de la escritora francesa Vanessa Springora cuando ella tenía solo 14 años y él 50, aprovechando la complacencia ante la pedofilia de un ambiente intelectual y una sociedad burguesa enferma que confundía libertad sexual con agredir sexualmente a niños, como queda retratado en El consentimiento o en La familia grande de Camille Kouchner, vuelve a ser noticia. Acaba de ser acusado por otra mujer de haberla violado cuando era pequeña en los años ochenta. El padre de esta mujer, un íntimo de Matzneff, cuya carrera y escritos veneraba, se la “ofreció”, literalmente. Los abusos tuvieron lugar en un palacete de la familia en el pijísimo distrito séptimo de París. Empezaron cuando ella tenía 4 años y terminaron cuando cumplió 13.

Convertido hoy en lo que tendría que haber sido siempre, un paria de las letras —si es que las hazañas sexuales de un enfermo mental fueron algún día algo parecido a una obra literaria—, y obligado a sus 87 años a vivir casi recluido en un estudio de alquiler social de 30 metros cuadrados en el barrio latino de París por miedo a ser linchado —sin duda hay parias que viven mucho peor—, Maztneff ha llevado la abominación a niveles difícilmente superables. Recuerdo la incomodidad que sentí al leer el testimonio de Springora. Por momentos tenía que cerrar el libro para encajar lo que describe. Hace poco sentí lo mismo con otra bomba literaria, Triste neige, de Neige Sinno, abusada por su abuelo cuando era una niña, y no pude ir más allá de las 10 primeras páginas. Lo retomaré, pero lo que quiero decir es que no son lecturas agradables, y suelen dejarle a uno bastante tocado, a veces durante días. En Francia, estos libros han marcado un antes y un después, han permitido que la palabra se libere y que termine la impunidad de la que gozaron tantos años ilustres pederastas como Maztneff.

Por eso, me llamó la atención que unas semanas atrás, al poco de estrenarse la adaptación cinematográfica del libro en los cines franceses, se pusiera de moda en TikTok entre los adolescentes la frivolidad de filmarse a uno mismo antes y después de ver la película para, se supone, remarcar el impacto emocional que provoca el ver en pantalla a un pederasta abusar de su víctima. Los vídeos, a cual más ridículo y vacuo, son una especie de concurso de la aflicción impostada, con sus autores poniendo caritas y morritos o colocándose bien el pelo, más preocupados por salir guapos en cámara que por el mensaje de la obra.

El hashtag #LeConsentement fue compartido más de 30 millones de veces y, al cabo de una semana, el número de espectadores se triplicó, asegurando el éxito de la película. El productor de la cinta interpretó el fenómeno como “la prueba de que la juventud francesa también levanta el puño cuando se abordan temas que le concierne”, lo que me pareció completamente delirante: ¿será que no hemos visto los mismos vídeos? Entiendo que para un productor el tirón comercial es fundamental, pero de ahí a felicitarse de que un tema tan grave, puesto en palabras con tanta inteligencia y sutileza por Springora y que destruye cada año la vida de 160.000 niños en Francia, sea tratado desde la superficialidad más absoluta me parece una pena. Como también me entristece que muchos chavales ya solo dediquen el día a transformar cualquier cosa que viven en una herramienta de su comunicación personal, movidos por una necesidad casi patológica de protagonismo, incluso cuando disfrutan de una obra cultural. Con lo bonito que es ir al cine y olvidarse de uno mismo el tiempo de una película.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_