Una frágil y temblorosa esperanza
No será un alto el fuego, que Israel interpreta como la concesión de la victoria a Hamás. Ni una breve pausa para aligerar el asedio. Es una tregua, por el momento de cuatro días. Un resquicio de luz en la espesa oscuridad de la guerra
Crucemos los dedos. Hasta que no empiece no se convertirá en la primera buena nueva desde el 7 de octubre. Y cuando empiece, habrá que ver si funciona el intercambio de rehenes secuestrados por Hamás por prisioneros retenidos sin juicio en cárceles israelíes, así como la entrada diaria de 300 camiones de suministros, que romperán el largo asedio al que ha estado sometida la Franja. Son mujeres, niños y ancianos los intercambiados. Hay infantes de meses secuestrados en Gaza y adolescentes lanzadores de piedras en las cárceles israelíes. A quien más castiga esta guerra es a la población civil más frágil, embarazadas o enfermos incluidos, en sus casas de los kibutz o en las escuelas y hospitales de Gaza. Es una siniestra novedad y el tipo de progreso propio de las guerras: hacia el infierno. Como si ambos contendientes hubieran descendido un peldaño más en su inhumanidad.
La fragilidad de la tregua será extrema. Contiene la segura preparación por los dos bandos de la reanudación de las hostilidades. Pero también, paradójicamente, la temblorosa esperanza de una prórroga a medida que Hamás vaya soltando rehenes, a razón de diez por cada día añadido. En el horizonte se dibuja un improbable alto el fuego, quizás negociado por quienes han forjado la tregua: Qatar, el eficaz interlocutor de Hamás; Egipto, el vecino de Gaza e Israel, que controla el único paso de entrada a la Franja; y Estados Unidos, el íntimo aliado de Israel, que le apoya en público, pero le modera en privado. Recuperados los rehenes civiles, cuando solo sean militares israelíes quienes queden en los túneles de Hamás, la guerra pedirá paso con brutalidad renovada. Para aceptar un alto el fuego, Netanyahu necesita la victoria o algo que se le parezca. Es decir, la seguridad de que Hamás ha dejado de existir como amenaza terrorista. Si no es el caso, cuando termine la tregua y sus prórrogas, el ejército israelí intentará recuperar a los rehenes todavía secuestrados y a continuación, o a la vez, dejar Gaza Sur como ya está ahora Gaza Norte y finalmente descabezar a Hamás. Es el oscuro horizonte que se atisba tras la claridad anunciada. Todo mejorará ahora un poco, pero luego puede ser peor todavía. Es la feroz esperanza de los enemigos de la tregua, esa extrema derecha mesiánica y supremacista que participa del Gobierno de Israel. No se quedarán quietos estos días y atizarán los enfrentamientos en Cisjordania. Para ellos, esta guerra es la oportunidad de oro para su Gran Israel limpio de palestinos. La paz no es una urgencia abstracta, sino la condición indispensable para que la mitigación de la catástrofe no desemboque en una catástrofe todavía mayor. Hay que aprovechar la tregua. Hay mucha prisa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.