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tribuna
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Detrás de la violencia

Cada 25 de noviembre hay que recordar que la agresión contra las mujeres no retrocede, que gravita cada día en los arquetipos sobre la identidad femenina y que todo ello explica el lento avance de sus derechos y del respeto debido

Carmen Calvo 221123
Raquel Marín

Tristemente señalamos cada año el 25 de noviembre en el calendario para recordarnos que existe y no retrocede la violencia contra nosotras, por el delito de ser mujeres. Todas nosotras, con una historia común en todos los tiempos y en todos los lugares. Un pasado de sometimiento, de injusticia, de ausencia de reconocimiento y respeto a nuestra existencia como tales, como mujeres. Cada una de nosotras somos nuestra individualidad, y también somos el producto del fardo de esa historia colectiva.

¿Cuánta y cuántas violencias se han ejercido contra más de la mitad de la humanidad? Todas y nuestros cuerpos han sido y siguen siendo el campo de batalla. La biología nos hace pechar con la mayor carga de esfuerzo y riesgo para perpetuar la especie y este contundente e irrefutable hecho teóricamente debería de habernos adjudicado un gran poder, y ha sido justo lo contrario.

Nuestra sexualidad ha sido durante toda la historia sometida al placer masculino y a la reproducción. La maternidad como destino correcto y casi exclusivo. O prostituidas, con la errónea y terrible vitola del “oficio más antiguo del mundo“ que, sin embargo, es la primera y gran esclavitud de la humanidad.

Hemos muerto en los partos, aún hoy mueren miles de mujeres en ese trance especialmente en los países pobres, y hemos carecido de autonomía personal, condenadas jurídicamente a la dependencia de todos los varones de nuestro entorno.

Esta gran injusticia sostenida con violencia no es solo el pasado, y mucho menos considerada internacionalmente, sino que gravita cada día en los arquetipos que se sostienen acerca de nuestra identidad. Esto explica el lento avance de nuestros derechos y sobre todo del respeto debido.

Lo que hay detrás de la violencia de ahora es una memoria generalizada que se resiste a aceptarnos libres e independientes, con todas y cada una de las características de lo que somos y de cómo nos ha construido nuestro camino. No fuimos aceptadas como mujeres y al mismo tiempo ciudadanas en los albores del Estado moderno, fuimos excluidas e incorporadas al saco común de las “incapacidades”. Así que, por la misma razón por la que fuimos descartadas, por ser mujeres, es por la que exigimos estar en plenitud y por derecho. Por serlo. Esto requiere análisis de mayor profundidad y cambios más rotundos, luchar contra la violencia machista no puede ser un asunto de meras superficies. Detrás de la violencia está el desprecio profundo a nuestra existencia como mujeres. Esta es la esencia del patriarcado.

Queremos nuestros cuerpos libres de violencia, cuerpos sobre los que se sostienen nuestras vidas libres. Libertad para elegir la maternidad o para interrumpir nuestros embarazos. Queremos la abolición de la prostitución que no hunde sus raíces precisamente en la libertad, que no hemos tenido nunca. Queremos la prohibición de los vientres de alquiler, nueva esclavitud para las mujeres pobres, a las que se les compran los hijos. Viejas y nuevas violencias en nuestros cuerpos, además de la violencia que terriblemente termina en los feminicidios, el asesinato de las mujeres, que casi siempre se producen cuando ellas deciden escapar en busca de su libertad. ¿Si no es de estas libertades de las que hablamos, de cuáles serían? ¿De aquellas que perpetúan nuestro sometimiento en una fórmula para convertirnos en seres apéndice de los deseos e intereses de otro, como ya teorizó el propio Rousseau? Mientras todo esto ocurra, nuestros cuerpos no están libres de cargas, no son nuestros.

Por ello el feminismo, soporte teórico y práctico de nuestra lucha, es democracia. Es más, en materia de derechos humanos es el gran reto de la democracia en el presente siglo en cualquier lugar del mundo.

No es de extrañar, por tanto, la incomprensión que produce y la contestación que provoca a las derechas extremas el mensaje de la igualdad y libertad de las mujeres. Es objetivo político de primer nivel combatirlo, porque su epicentro es negar que esta violencia exista, lo que significa negar la historia, negar la verdad contundente de los tozudos datos de violencia y de las peores cifras, los asesinatos.

Feminismo es democracia y la violencia contra nosotras es el nudo gordiano del que dimanan todas las demás circunstancias de nuestra todavía desigualdad real. Su negación se aloja en el núcleo definitorio de los nuevos rostros del fascismo y de la negación de la propia democracia. A nadie, finalmente, le podrá extrañar el mayoritario voto de las mujeres para salvar elecciones donde los Estados democráticos están en jaque.

Cada día más y más mujeres en todo el planeta plantean sus vidas desde la individualidad de sus proyectos vitales. Más y más mujeres deciden libremente el curso de sus vidas. Esto trastoca, y mucho, un orden fundamentado desde siempre en nuestro sometimiento y la mercantilización y uso de nuestros cuerpos. Por ello no paran de surgir nuevas fórmulas entre las cuales está la sumisión química, con gran peligro sobre todo para las más jóvenes.

En esto consiste la gran revolución cotidiana del feminismo que, a su vez, representa la verdadera realización de la idea democrática, nuestra plena existencia como ciudadanas en todos los órdenes y naturalmente nuestra incorporación al debate y decisiones públicas y generales de nuestros intereses y de nuestras especificidades. No somos un colectivo, somos el único grupo humano que no lo somos por razones cuantitativas. Así que no podemos ser tratadas políticamente como una minoría.

Es en nuestras singularidades, empezando por el cuerpo, dónde el orden sexista presenta las mayores resistencias. Muchos pensaron y soñaron que nuestras exigencias acabarían en un blanqueo más o menos fino, para ser incorporadas al modelo de referencia masculino y masculinizado sin más. Y no, el despliegue en el ejercicio de nuestros derechos y libertades trae y debe traer cada día más novedades, miradas diferentes de organización social, del manejo de la vida y de las respuestas a dar a los retos globales planteados.

Hay una gran violencia subyacente en un sistema democrático, violencia que va desde lo sutil a lo descarnado y obvio, para tener a su mayoría natural, todas las mujeres, luchando por derechos que de entrada son la esencia de la propia democracia. Hay otra violencia reciente, que consiste en la consabida frase de “¿Ahora qué quieren? Si ya se han pasado de rosca”. Con esta posición se pretenden dos cosas: una, que no nos podamos lamentar de todo lo que nos ha ocurrido y de lo que somos herederas, y dos, que el avance no continúe.

Y mientras esto sucede: los prostíbulos aumentan; los vientres de alquiler por la puerta falsa se toleran; las cifras de violencia no decrecen, incluidos los asesinatos; el comportamiento de los más jóvenes no va en la buena dirección. Seguimos en la batalla del cuerpo, de nuestros cuerpos. No hay agenda más importante que esta para nosotras, para las feministas que somos, de manera plural, la propuesta política de esto que nos ocurre a todas en todo el mundo. Nuestro calendario y cronología en materia de derechos humanos es diferente de los de los varones por muchas razones. Por eso es tan definitivo el feminismo de la igualdad para seguir construyendo y perfeccionando la propia democracia. Por esto mismo, será también el combate que le ha abierto siempre la derecha, y la radicalización finalmente en la que anda la ultraderecha.


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