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Cómo afectó el calentamiento global a Taylor Swift

El debate sobre la muerte de una fan por el calor revela la total desconexión mental de la mayoría ante el colapso climático

Taylor Swift concert brazil
Seguidores de Taylor Swift esperan para poder acceder al estadio Nilton Santos, el pasado 18 de noviembre en Río de Janeiro.PILAR OLIVARES (REUTERS)
Eliane Brum

Ana Clara Benevides tenía 23 años, estudiaba psicología y cumplía su sueño de asistir al concierto de Taylor Swift en Río de Janeiro. El pasado viernes, durante la octava ola de calor de este año en Brasil, Ana solo vio la primera canción del espectáculo. En la segunda, se desmayó. Moriría poco después de un presunto paro cardiorrespiratorio causado por el calor extremo. Cuando Ana se encontró mal, la sensación térmica en el estadio rozaba los 60 grados. Taylor Swift canceló el concierto del día siguiente por las altas temperaturas, bajo la airada protesta de los fans.

Si la muerte de una joven por el calor durante un concierto nocturno es aterradora, también lo es el debate subsiguiente en la prensa y las redes sociales. La gran polémica giró en torno a las botellas de agua. Estaba prohibido entrar con líquidos en el estadio. Dentro, comprar agua, además de caro, se convirtió en una misión casi imposible debido a la multitud. Los bomberos informaron que unas mil personas se desmayaron la noche en que murió Ana. Ante la situación, el ministro de Justicia, Flávio Dino, promulgó una ordenanza que autoriza la entrada en actos multitudinarios con botellas de agua y exige a los organizadores que instalen en los recintos “islas de hidratación” de fácil acceso con agua potable.

El tono de la discusión, al igual que la frustración de los fans por el aplazamiento del segundo concierto, pone de manifiesto la total desconexión mental de la especie humana ante el colapso climático. Aunque sea importante garantizar el acceso al agua en cualquier evento, esta obviedad dista mucho de ser la cuestión central. Si el calor extremo puede haber matado a Ana, es del calentamiento global de lo que tenemos que hablar. De cómo estancar los incendios que en este momento queman la selva amazónica y el Pantanal, de cómo reducir la deforestación en todos los biomas, de cómo impedir que el Gobierno de Lula abra un nuevo frente de explotación de petróleo en la Amazonia, de cómo detener a las corporaciones de combustibles fósiles, de cómo garantizar que la COP28 logre avances reales y urgentes.

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Resulta chocante la dificultad de entender que, si no se toman medidas inmediatas para frenar el calentamiento global, llegaremos a un punto en el que no servirá de nada tener dinero para comprar agua porque ni siquiera habrá agua que comprar. Resulta chocante constatar que los jóvenes todavía no han comprendido que perderse un concierto no es nada comparado con lo que ya han perdido y lo mucho que aún perderán no en un futuro lejano, sino mañana. Es como si la mayoría hubiera erigido una barrera mental que le impide percibir lo obvio: que la vida va a empeorar mucho y rápido en cualquier escenario, y todavía más si la mayoría sigue alienándose de las disputas políticas que determinan ya no el futuro, sino el presente.

Taylor Swift escribió en las redes sociales que no conseguía hablar de lo ocurrido porque se sentía “abrumada por la tristeza”. La cantante tiene la obligación ética de utilizar su enorme visibilidad para hablar del calentamiento global, que matará cada vez más. Y que ahora ha matado en su concierto. Para la joven Ana ya no hay tiempo, pero quizá lo haya para la mayoría si dejamos de inhibirnos ante el mayor reto al que nos hemos enfrentado nunca.

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