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COLUMNA
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Barbarie buena, barbarie mala

La única forma de ponernos de parte de las víctimas inocentes es tratar de detener el horror y crear las condiciones para una convivencia justa entre israelíes y palestinos

Soldados israelíes caminan junto a edificios dañados en Gaza, este sábado en una imagen difundida por el ejército de Israel.
Soldados israelíes caminan junto a edificios dañados en Gaza, este sábado en una imagen difundida por el ejército de Israel.
Fernando Vallespín

Las discrepancias sobre lo que constituye el bien son hasta cierto punto lógicas; el problema surge cuando no podemos ponernos de acuerdo sobre lo que es el mal. Esto es lo que está ocurriendo en el actual conflicto de Gaza, que ha dado lugar a algo que podríamos calificar como partidismo moral, el relativizar las crueldades de los unos frente a las de los otros. Que así se haga por cada una de las dos partes implicadas va de suyo, ambas se sienten amenazadas por igual. Lo que es más extraño es que desde otros lugares se opte por justificar las acciones de uno de los contendientes y se ignoren o no merezcan la misma atención las de los otros. Aquí no opera una claridad similar a la de la guerra de Ucrania, donde hay una parte agresora y otra agredida. Quien se defiende tiene la razón moral de su lado. Dejando ahora de lado la contradicción en la que han incurrido algunos que nunca condenaron la agresión rusa y ahora se ponen vehementemente de parte de la causa palestina, la actitud moral correcta solo puede ser la de atender el dolor de todos. Pero incluso esto no nos evita entrar en dilemas morales casi irresolubles.

Empecemos. Israel tiene todo el derecho a defenderse frente a Hamás, cuyos ataques muestran un grado de aberración e inhumanidad inenarrable. Hasta en eso hay grados. No es lo mismo activar una bomba a distancia que asesinar a niños en presencia de sus padres y mirándolos a los ojos. El resultado final y el horror de la muerte es el mismo, pero no así el grado de barbarie que los subyace. Es el mal absoluto. ¿Acaso puede mitigarse recurriendo a las injusticias históricas sufridas por el pueblo palestino? Evidentemente, no. Con el agravante, además, de que quienes emprendían estas acciones sabían las consecuencias que iban a tener para sus conciudadanos; lo hicieron con un fin, no como mera expresión de un odio ciego. A pesar de lo dicho, ¿tiene Israel la obligación de autocontenerse en su reacción? ¿O queda eximido en parte por el pasado de sufrimiento de su pueblo, la obligación de sus dirigentes de impedir su repetición o las propias condiciones del asedio a una ciudad trampa? ¿Acaso no debemos exigir más responsabilidad en el uso de la violencia a un país democrático? Si así lo hacemos, como muchos sugerimos, ¿caemos irremediablemente en la categoría de antisemitismo?

Ya ven, no es nada fácil, porque, entre otras cosas, cada una de las partes recurre a su condición de víctima y se apoya en ella para sostener su justificación. El resultado es que prevalecen las afinidades o simpatías por unos o por otros, consideraciones geopolíticas o prejuicios antisemitas o antislámicos, que, al final, acaban banalizando el mal; este desaparece detrás de los partidismos. La única forma de resolver estas disputas y ponernos de parte de todas las víctimas inocentes —ninguna barbarie es buena— es tratar de detener el horror y crear las condiciones para una futura convivencia justa entre los dos pueblos. Dificilísimo, pero no queda otra.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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