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Columna
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Era esto

Por fin ya sabemos qué es el diálogo y cómo consigue arreglar cualquier conflicto

Pedro Sánchez y el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdá, durante su reunión del 14 de octubre en el Congreso con la portavoz de Junts, Míriam Nogueras.
Pedro Sánchez y el secretario de Organización del PSOE, Santos Cerdá, durante su reunión del 14 de octubre en el Congreso con la portavoz de Junts, Míriam Nogueras.Moeh Atitar
Fernando Savater

Durante años oímos la misma canción: “Esto solo se arregla con diálogo”. En el País Vasco, cuando morían españoles todas las semanas, en Cataluña cuando los niños no podían estudiar en castellano, en Londres, París o Madrid cuando un atentado demencial asesinaba a docenas de inocentes… ”Hace falta diálogo, más diálogo, ¡diálogo entre civilizaciones!” (siempre hay uno más bobo o más caradura que hace subir la apuesta). ¿Pero no están para eso los parlamentos? No, demasiados formulismos, hace falta más diálogo. ¿Y los encuentros entre educadores, empresarios, profesionales, líderes religiosos, debates en medios de comunicación, cine, arte, conciertos multiétnicos…? No, son paños calientes, distracciones que apartan de lo esencial, lo que necesitamos es diálogo verdadero, diálogo de pura cepa, diálogo en vena. O si no tendremos conflicto sin remedio, enfrentamiento, guerra a muerte. Y uno, desesperado, se preguntaba qué sería esa pócima curalotodo del diálogo, cómo se lograría que funcionase para resolver de una vez lo que parecía irresoluble.

Por fin lo hemos descubierto: ya sabemos qué es el diálogo y cómo consigue arreglar cualquier conflicto. Ante todo, es imprescindible desentenderse de lo verdadero o lo falso, lo legal o lo ilegal, lo justo o lo injusto del asunto que discutimos con nuestro adversario. Lo único que importa es, primero, qué deseamos obtener de este y, segundo, qué podemos dar para sobornarle. Si nuestro rival quiere grandes beneficios, lo mejor es ofrecerle todo y más, pero no de nuestro peculio, sino del de otros. Negocio perfecto: obtenemos de él lo que nos interesa privadamente y se lo cambiamos por valores públicos que no nos interesan, porque son de cualquiera. Después, hay que hacer un poco de magia potagia para digerir el cambalache (no es la Constitución la que se pliega al rebelde, sino el rebelde quien se pliega a la Constitución) y viva el diálogo.


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