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ANATOMÍA DE TWITTER
Columna
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Jugar con fuego

Las redes rebosan de símbolos y banderas del pasado, tuits que son golpes de pecho ante todo lo que consideran un agravio. Odiar al contrario es, en este contexto, un deber patriótico

Un grupo de jóvenes participaba el pasado jueves en la protesta contra la amnistía frente a la sede del PSOE en Madrid.
Un grupo de jóvenes participaba el pasado jueves en la protesta contra la amnistía frente a la sede del PSOE en Madrid.SAMUEL SÁNCHEZ
Carmela Ríos

Ustedes perdonarán que acuda hoy a esta columna con algunos manchurrones después de la salva de tomatazos que me ha llovido desde las trincheras de Twitter —ahora X—. A algunos usuarios no les pareció bien que el pasado sábado me refiriera en cinco tuits a una serie de incidentes violentos protagonizados ese mismo día por grupos ultra en Lyon, Londres y Madrid. Era una buena ocasión para ilustrar cómo el resurgimiento de la extrema derecha se confirma como un desafío para Europa y para otras zonas del mundo. No es el único problema para nuestro continente, pero la sola referencia a la ideología ultra movilizó a algunos amables usuarios de Twitter que, sin rostro ni nombre real, enriquecieron mis tuits con interesantes aportaciones, “puta”, “miserable” y mi preferida: “eres una abuela Cebolleta”. Esta última apreciación es más que cierta: llevo explorando las tripas de Twitter más de 14 años cuando, posiblemente, algunos de estos indignados anónimos todavía gastaban pañales y no datos para el móvil.

El insulto fácil abunda estos días en el desbocado Twitter de Musk, donde mantener un intercambio de impresiones tranquilo y razonado sobre el tema de moda, la ley de amnistía, resulta cada día más laborioso, casi imposible. Sobre la base de una tensión política y social que no sabemos cuándo remitirá, quienes más tienen que ganar en las redes sociales son aquellos que aprovechen mejor el potencial movilizador y de difusión de las publicaciones sobre temas tan ultraemocionales como las relaciones con Cataluña y la unidad de España. En este contexto, podemos decir que la próxima campaña electoral ya ha comenzado y que los actores del odio parten con ventaja, tal como recuerda el profesor Sergio Arce en El discurso de odio como arma política (Editorial Comares, 2023): “Los mensajes más buscados en este tipo de campaña en redes y que, además, perduran en el tiempo son aquellos que consiguen que el pensamiento emocional desplace al racional y el odio es esa emoción capaz de conseguirlo”.

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La situación actual de España presenta todos los elementos para que la comunicación digital de los partidos políticos democráticos, partidarios u opositores de la amnistía, quede enterrada en las redes sociales bajo un aluvión de épica inflamada. Tienen todas las de ganar, en este contexto, las opciones ideológicas más extremas. Digitalmente, o eres superlativo o eres irrelevante. Los investidos de la misión histórica de “salvar España” desbordan los cauces de la política tradicional dentro de las redes y siguen fielmente la hoja de ruta del trumpismo. Asistimos así estos días a una movilización masiva y reforzada, tanto desde cuentas reales como falsas, que criminaliza, deshumaniza y señala a los adversarios. Las redes rebosan de símbolos y banderas del pasado, tuits que son golpes de pecho ante todo lo que consideran un agravio. Odiar al contrario es, en este contexto, un deber patriótico.

Y a todo ello se añade el desprecio a la prensa tradicional, como expresa la usuaria @dianamita71 que recrea, con su disfraz de reportera de conflictos, un directo frente a la sede del “Putisoe”: “Me falta el chaleco, que me lo traen ahora y les he pedido también un par de rodilleras, a ver si con eso asciendo y me dan un programa en plató como a Susanna Griso”. Alimentado desde las redes sociales de la esfera ultra, el odio al periodista se ha trasladado a la calle. Ya hemos perdido la cuenta de los periodistas, cámaras de televisión o fotoperiodistas acosados, insultados y agredidos estos días.

La democracia contempla mecanismos de expresión para los ciudadanos y la protesta civil es uno de ellos, como nos lo recuerdan estos días decenas de miles de personas irritadas y preocupadas. Sin embargo, las redes sociales tienen a favorecer y amplificar mecanismos no tan democráticos. Convendría no dejarse arrastrar por esta espiral. Lo contrario es jugar con fuego.

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