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Anatomía de Twitter
Columna
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Antes comíamos techo; ahora, ‘scroll’ inventado

El apocalipsis nos pillará refrescando X. Contra la avaricia de Elon Musk, la ‘higiene de noticias’ no es una responsabilidad individual, es una batalla colectiva por la justicia global

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Man_Half-tube (Getty Images)

Para quienes aún no lo sepan, el doomscrolling (o doomsurfing) es un neologismo que se popularizó en 2020 durante el encierro global provocado por la crisis del coronavirus y que, según el diccionario Merriam Webster, se refiere a la tendencia de seguir navegando o desplazándonos por las malas noticias, a pesar de que sean tristes, desalentadoras o deprimentes. Practicarlo implica dejarnos sin la capacidad de detenernos o retroceder, actualizando las redes sin descanso, buscando esa droga aunque sepamos que nos está pudriendo el cerebro. Como un atracón de comida basura, el doomscrolling es un vicio que nos induce a colapsar con alevosía, a la caza de falso refugio en noticias que únicamente alimenten la sensación de que no hay futuro posible y nos reafirmen en una paranoia de catástrofe sin soluciones. ¿Les suena de algo estos días?

“Hola, ¿estás haciendo doomscroll? Espero que hayas bebido mucha agua hoy y que hayas comido algo que te haya hecho feliz. Te animo a desconectarte de esta web, que contactes con esos amigos con los que llevas un tiempo sin hablar y que puedas irte a la cama lo más pronto que puedas”, tuiteaba periódicamente la periodista Karen K. Ho, la creadora del alias Doomscrolling Reminder Lady y del posterior bot que nos recordaba cada noche que dejásemos de consumirnos frente a las pantallas que sostenemos absortos. Su objetivo era cuidarnos frente al desastre. Estuvo en ello hasta el 6 de abril de este año, cuando dejó de insistir en que saliéramos de Twitter (ahora conocido como X) y durmiéramos algo. Ante la serie de catastróficas desdichas que nos asolan en este planeta que habitamos, supongo que hasta un robot se cansa de repetirnos que de poco sirve enfangarse en una espiral de angustia por la actualidad.

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Esta semana, un amigo que tuvo una pelea dialéctica en la que no estuve presente por la guerra entre Israel y Hamás me confesó que su remedio frente a esta navegación fatídica y binarista en este conflicto era leer cada mañana la crónica de su diario de referencia y nada más. En esta línea también se ha manifestado Delia Rodríguez, periodista a la que siempre hay que seguir la pista, en Navegar mejor, una columna en La Vanguardia. Allí, frente a “una industria tecnológica que adoptó patrones oscuros para engancharnos en una navegación inconsciente, adictiva e insatisfactoria” como la que ha incentivado Elon Musk en X, Rodríguez propone “entrenar la navegación consciente y deliberada”. O lo que es lo mismo, seleccionar qué y a quién leemos sin caer en el secuestro de atención que planean vilmente las plataformas para engrosar sus arcas. Su apuesta pasa por “apuntar los nombres de quienes admiramos por cómo escriben, analizan, fotografían, reportean o hacen streaming y seguirlos a lo largo de los años allá donde estén”, además de “cuidar de nuestros marcadores como de un jardín”. Volver, por nuestra cuenta, a todo aquello que hacía el internet bueno, cuando existían las RSS o agregadores de noticias como el añorado (y llorado) Nuzzel.

Cada cierto tiempo se viraliza un tuit que evidencia el reemplazo generacional y semántico cuando nos ataca la ansiedad: “Antes comíamos techo, ahora comemos scroll”. Y encima inventado, añadiría yo. Con la crisis del coronavirus ya intuimos que el fin del mundo nos pillaría refrescando compulsivamente nuestras redes. Por eso mismo, la ‘higiene de noticias’ no debería ser un acto de responsabilidad individual o de compromiso personal. La justicia informativa es una batalla ética y política por la que gobiernos y ciudadanía debemos pelear colectivamente. Si vamos a comer scroll, al menos, que nos diga la verdad.

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