Feijóo fracasará por la herida del 1-O
La manifestación contra la amnistía enmascara una profunda hipocresía de la derecha. Vox es el símbolo de que el PP fue en parte culpable de no haber impedido el desastre en Cataluña en 2017
La derecha ha creado un monstruo, el de la intransigencia territorial, que devorará a Alberto Núñez Feijóo en su previsible investidura fallida. Ni el PNV puede entrar ya en la ecuación con un partido como Vox. Si bien, la ultraderecha solo es la consecuencia del giro excluyente y cainita que algunos altavoces del Partido Popular llevan alimentando desde hace años. La manifestación contra la amnistía solo supone un símbolo más de por qué Feijóo no puede llegar a la Moncloa mientras el PP no cure sus aún profundas heridas alrededor del 1 de octubre de 2017.
Basta una imagen en el Congreso para entender la magnitud del giro intransigente a la derecha: los diputados de Vox dejando el pinganillo en el escaño de Pedro Sánchez durante el primer pleno en que se podían hablar lenguas cooficiales. No es una anécdota. Una parte de la derecha ha normalizado que los rasgos regionales y la pluralidad territorial sean vistos hoy casi como una amenaza para la unidad de España. El propio Vox llegó a tildar, a modo de insulto, a Feijóo de nacionalista gallego en el pasado. Acompleja, que algo queda. Hasta Borja Sémper (PP) fue cuestionado tras decir unas palabras en euskera.
Así que Feijóo, mediante su fracaso, solo actuará como chivo expiatorio de la mutación que ha sufrido la derecha española en casi 30 años. Es decir, pasando desde los pactos habituales de José María Aznar con CiU o el PNV en 1996, hasta el actual aislamiento en el Congreso a 2023. Pudiendo liderar el PP más regionalista de la historia —con su pedigrí de “líder ruralista”— resulta paradóijico que Feijóo se vaya a quedar sin investidura porque el PNV no quiera participar ya de esa visión tan cerrada de España —mucho menos, el independentista Junts. Aunque no es solo Vox o José María Aznar quienes azuzan desde fuera esa visión tan cerrada; ya está Isabel Díaz Ayuso para marcarle la pauta desde dentro.
El caso es que el giro intolerante no es casual, sino que tiene sus raíces profundas en el 1-O de 2017. El procés independentista marcó un antes y un después para la derecha española. Al PP, autodenominado garante de la unidad de España, le llegaron a celebrar la consulta del 9-N de 2014, y un referéndum ilegal tres años después. Ello sumió a la derecha en un marasmo existencial del que todavía no se ha rehecho y que no le ha salido gratis a Génova 13. La consecuencia directa de sus errores en Cataluña fue –precisamente– un proceso revisionista, autoculpabilizante, que dio alas entre 2015 y 2018 a dos jóvenes partidos decididos a disputar el liderazgo del PP mediante una visión mucho más intransigente con la cuestión territorial. Albert Rivera llegó para cuestionar los pactos con nacionalistas, enarbolando la visión de una España cuasi jacobina, uniformizante. Santiago Abascal normalizó la idea de un nacionalismo español excluyente, poniendo en tela de juicio la España de las autonomías. Hasta 2022, el partido alfa de la derecha, que sigue siendo el PP, se vio sepultado entre voces cada vez más cerradas a la pluralidad de nuestro país, que inevitablemente impregnaron e influyen todavía hoy en su propio discurso.
Sin embargo, los giros ideológicos cada vez más duros, como el de Vox, venían convenciendo a los altavoces de la derecha porque garantizaban poder. Eso ha sucedido en las autonomías y los municipios, pero hasta ayer. La investidura fallida de Feijóo, sin apoyo del PNV, debe entenderse ya como la segunda vez en que el PP perderá la Moncloa por el monstruo territorial. La primera fue la moción de censura contra Mariano Rajoy en 2018. Los independentistas jamás habrían votado a Sánchez como presidente si no fuera por su sed de venganza tras el referéndum ilegal. No es que la izquierda sea más plurinacional per se o menos oportunista, sino que ha sabido leer mejor la ventana de oportunidad de un Congreso cada vez más dividido por la cuestión nacional.
Con esa paradoja, llega la derecha a la manifestación por la eventual amnistía al procés. Está planteada contra Sánchez, pero ello enmascara una enorme hipocresía de fondo. Hasta Vox sabe que el PP fue, en parte, culpable por no haber impedido antes el desastre en Cataluña. Lo sugirió Jorge Buxadé en 2021, antes de la manifestación contra los indultos en la Plaza de Colón, al considerar que era una buena oportunidad también para lamentar la gestión de Rajoy —desde su punto de vista, por no haber “hecho nada”, quizas castigar antes al independentismo. Hete ahí la herida de la derecha. En un Estado de Derecho, jamás será equiparable quien incumple la ley a quien se desentiende de un problema. Sin embargo, hasta la ultraderecha sabe que algo haría mal el PP en 2017. Por eso, el procés tuvo una respuesta judicial, y los populares, un castigo que les impide llegar al poder.
Así que Feijóo fracasará en su investidura porque la derecha no ha sanado herida del 1-O por el giro intransigente y cuasi redentor en el que vive, cuyo último estadio es un partido como Vox. Y quién sabe, quizás algún día se dé cuenta hasta el propio PP de que es el más interesado en cerrar las heridas en Cataluña, de una vez, en su anhelo de pactar con el PNV, como hacía con la vieja CiU. Llámale amnistía, llámale el fin del procés.
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