Ante la reunión del BCE
Una política monetaria que persista en las subidas de interés puede condenar a la eurozona a la recesión
Las últimas previsiones económicas hechas públicas por la Comisión Europea certifican la mala salud que experimenta la eurozona en 2023, que ha llevado a varios países a la recesión y al estancamiento, y de la cual se salvan pocos miembros, entre ellos España. La debilidad de la demanda interna, lastrada por la pérdida de poder adquisitivo derivada de la elevada inflación y los altos tipos de interés, compromete no solo el crecimiento presente, sino también las perspectivas para los próximos años, que, aunque en el terreno positivo, apuntan a crecimientos muy débiles y sometidos a fuertes incertidumbres.
Buena parte de la responsabilidad en esta debilidad económica cabe endosársela a la política monetaria del Banco Central Europeo, que lleva ya más de un año y medio en una escalada de tipos de interés que llegó al máximo de las últimas dos décadas tras la subida aprobada en julio pasado y que situó el precio del dinero en el 4,25%. El BCE, comprometido a no perder ni un ápice de credibilidad en su lucha contra la subida de precios y en su empeño en reconducir la inflación hasta su objetivo de política monetaria, ha mostrado su disposición a arrastrar a la eurozona a la recesión si fuera necesario, con tal de embridar la inflación. En las declaraciones tras el encuentro anual de banqueros centrales en Jackson Hole, a finales de agosto, los responsables del BCE han coqueteado con una nueva subida y han descartado con rotundidad la posibilidad de fijar un objetivo de política monetaria más acorde con la situación estructural de la economía global, sometida todavía a las tensiones en los precios de la energía y los efectos de la guerra en Ucrania, que se traslada a numerosos productos, entre ellos y de manera destacada, los alimentos.
Al contrario que en EE UU, la economía europea sigue lejos del pleno empleo y su enfriamiento parece profundizarse, como señalan los negativos datos de pedidos industriales de agosto. Son estos los efectos, ahora patentes, de la política monetaria adoptada en el último año, que tarda meses en trasladarse a la economía real desde el punto de vista de actividad y consumo. Desde agosto de 2022, la inflación de la eurozona ha caído desde el 9,1% hasta el actual 5,3%, todavía lejos de la meta del 2%, pero con clara tendencia descendente. El organismo que preside Christine Lagarde también va a hacer hoy públicas sus perspectivas macroeconómicas, lo que ayudará a esclarecer el marco en el que la autoridad monetaria prevé que se va a mover la economía en los próximos meses y contribuirá a dotar de mayor claridad y transparenciaConsejo de Estabilidad Financiera, sus decisiones.
Si el BCE opta en esta reunión por volver a subir los tipos, incidiendo en enfriar la demanda y perjudicando las perspectivas de crecimiento, no sólo tomará una medida excesiva, sino que puede ser incluso contraproducente. El el organismo que vigila la estabilidad del sistema financiero global, ya ha advertido que, de seguir manteniendo la escalada de los tipos de interés, el riesgo de sufrir nuevas turbulencias financieras se incrementará notablemente, particularmente en las economías más endeudadas, como es el caso de la española. Una nueva crisis bancaria generaría otra tormenta perfecta como la vivida en 2008, que significó una década perdida partiendo de crecimiento de la economía y bienestar de la población. Una decisión más prudente sería mantener los actuales tipos de interés y valorar sus efectos a medio plazo, antes de apresurarse a terminar de asestar un golpe, quizá definitivo, a las débiles economías europeas. La reunión de hoy tiene, por tanto, una importancia capital.
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