Díselo
Hace años, después de ganar una final a Boca, el Muñeco Gallardo, entrenador de River, dijo que su equipo había estado jugando mal los últimos meses para despistar al contrario. Como nosotros en la vida, pero sin saber cuándo es la final
Siempre me hizo mucha gracia una vieja historia que contó hace años José Luis Garci en Cowboys de Medianoche. Cuando iba a morir, John Huston llamó a su amigo Peter Viertel para despedirse. “De lo único que me arrepiento”, le dijo Huston, “es de haber bebido tanto whisky y tan poco vino”. Ya al final de la conversación, Huston le dijo a Viertel: “Eres el hijo de puta con más clase que he conocido en mi vida, Peter”. “Eso es lo más bonito que me han dicho nunca, John”. Y los dos colgaron. Es impresionante el papel trascendental que especialmente entre hombres, y especialmente en el pasado, ha tenido o tiene el alcohol, además de la relación de la botella con su verdadera intimidad —a menudo vergonzosa intimidad. Ahí están los pensamientos trascendentes —y auténticos— que se le dedican, y qué acierto cuando uno se acerca a la muerte: por supuesto que más vino y menos whisky o menos lo que sea, también cerveza, mejor siempre vino.
Hay una historia alcoholizada de cuando las aguas de la vieja masculinidad se adentraron tímidamente, de la mano de su capitán general Ernest Hemingway, en la nueva, más sensible. Un día de 1955 el hijo mayor de Hemingway, Patrick, visitó a su padre en Finca Vigía, Cuba. Se emborracharon juntos y Ernest decidió con su natural impulso que había que reducir la población de buitres de los alrededores; era algo muy suyo: alcohol, caza, hombres, para qué más. Se fueron los dos con escopetas y tres jarras de Martini a disparar hasta que Hemingway pidió un alto el fuego, volvieron a casa y se encerraron los dos en el salón a seguir bebiendo y ver Casablanca. “¿No es guapísima la sueca?”, preguntó de repente Ernest. Patrick dijo que sí. A los dos, completamente borrachos, Ingrid Bergman les parecía tan hermosa que empezaron a llorar juntos. Lloraron y lloraron sin poder articular palabra, y Patrick diría mucho tiempo después que nunca se había sentido tan cerca de su padre como ese día.
En Cans (Porriño) —donde hay un festival de cine muy famoso en el mundo y aún diría más, en Galicia— se podía ver hace años en las alturas del monte una inmensa roca en la que alguien escribió la mejor palabra que yo he leído jamás: “Díselo”. Es una palabra fatalmente ligada al alcohol, y digo fatalmente porque cuando necesitas beber para decir algo, necesitas dejar de beber para callar de una vez, y eso nunca sucede. Así que acabamos donde empezamos, por Garci; el director llevó al extremo el alcohol con una de las mejores definiciones —aproximaciones, más bien— que leí nunca sobre Dios o lo que sea. La contó en este periódico hace un tiempo: “Ahora que me acerco a la prórroga: no hay nada. Como no había nada antes de que naciese. O hay misericordia, misterio. Un día estaba con Severo Ochoa en el bar del hotel Reconquista de Oviedo. Hablamos de cine. La charla se alargó, y me dijo: ‘Desengáñate, somos física y química’. Yo le dije: ‘¿Y esa gota de vermú seco que nos han echado en el martini y que ha revolucionado la ginebra, y ya no es ginebra?’. Somos física y química, y una gota de misterio que nunca vamos a entender”.
En fin. Hace años, después de ganar una final a Boca, el Muñeco Gallardo, entrenador de River Plate, dijo en la rueda de prensa posterior que su equipo había estado jugando mal los dos últimos meses para despistar al contrario. Como nosotros en la vida, pero sin saber cuándo es la final.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.