Pasa la vida
A unas cosas el tiempo las embellece y a otras las corroe. Sucede lo mismo con las ideas y con las personas
Llegaron las lluvias y se llevaron el verano. Los caracoles lo celebran trepando por las plantas silvestres y las avispas bebiendo en los charcos. Es un bello oficio dedicarse a contemplar cómo pasa el tiempo, cómo pasa la vida. Tomo café cada mañana en una taza de porcelana inglesa desportillada que contiene el dibujo de una goleta de tres palos con las velas desplegadas. Desde casa veo la bocana del puerto por donde entran y salen los barcos que van a Ibiza. He realizado muchas veces esa travesía; pero con cada sorbo de café la goleta de la taza me lleva a los azarosos mares de Conrad, a países donde suceden las novelas de Graham Greene, llenas de ventiladores en el techo y de sudor pegajoso en las guayaberas. La vida es el tiempo que se ha posado sobre todos los objetos que nos rodean y también sobre nuestros sueños. Envejecen los amigos; en cambio la alfombra de yute del comedor cuanto más la pisas más brilla; la cómoda ha adquirido una nobleza antigua pese a que cada cajón gime al abrirlo; el sillón en el que me siento a escribir tiene un brazo roto, me pregunto si también habrá envejecido lo que escribo. A unas cosas el tiempo las embellece y a otras las corroe. Sucede lo mismo con las ideas y con las personas. Leo en los periódicos a algunos intelectuales, escritores y políticos a los que admiré tanto un día cuyos ideales hoy el tiempo ha destruido. Ignoro si seré también yo uno de ellos. En el alfeizar de la ventana se ha posado una libélula verde y amarilla. Imagino que esta es la última que queda en el mundo, una de aquellas que se detenía en el aire sobre el agua dormida de las acequias donde nos bañábamos mientras a la mayor gloria de su creador cantaban las ranas. La goleta de la taza desportillada me impulsa a navegar contra la adversidad por mares desconocidos, en este curso que empieza, sabiendo que no todo está perdido.
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