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Columna
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El converso al feminismo

En este momento en que la lucha por la igualdad de las mujeres, una vez más, ha mostrado que el tufo retestinado proviene de un problema sistémico, hay hombres que toman el banderín de enganche

People protest against Royal Spanish Football Federation President Luis Rubiales in Madrid on August 28, 2023.
Protesta contra Luis Rubiales en la plaza de Callao de Madrid, el pasado 28 de agosto.ISABEL INFANTES (REUTERS)
Elvira Lindo

Qué temible la figura del converso. Se podría trazar la historia a través de ese mutante personaje, dado que se trata de un tipo psicológico que reaparece invariablemente a lo largo de los siglos en las eras de conflicto. Hay conversos que lo son para sobrevivir, para salvarse y salvar a los suyos. Es el converso cobarde. Las dictaduras están plagadas de ellos. En Castillos de fuego, la espléndida novela de Martínez de Pisón sobre ese sórdido Madrid inmediatamente posterior a la guerra, abundan esos personajes, andan planeando su encaje en el nuevo régimen, se dejan ver en los actos de loa a Franco y evitan a los amigos que están siendo denostados. Pero hay un paso más en la figura del peligroso converso, también presente en este novelón, la de aquel que se erige en Torquemada, el que asume en primera persona el nuevo discurso y señala con furia a los que han de ser represaliados. Es como si no le bastara con salvar el pellejo, sino que sintiera placer en acabar con los viejos compañeros. En estos días en que las campeonas del Mundial femenino han puesto patas arriba el opaco, machista y corrupto negocio del fútbol, gran parte del país ha respondido con indignación ante lo que vio y ante lo que hasta ahora no habíamos visto y se nos está contando: bien porque dábamos por hecho que en ese terreno no es obligado rendir cuentas y se celebra hasta que los futbolistas esquiven a Hacienda, bien porque muchos andamos tan ajenos a ese terreno que no habíamos colocado el abuso y la marrullería en el deporte en un primer plano.

En este momento en que el feminismo, una vez más, ha mostrado que el tufo retestinado proviene de un problema sistémico, hay hombres que toman el banderín de enganche. Son hombres que temen no estar a la última, que en cuanto te descuidas te muestran el camino del perfecto feminismo, son tipos que olvidan sus pecados no tan lejanos, son conversos de esta nueva ola a los que, por sistema, les gusta dar lecciones según sople el viento, incluso te dan la charla a ti, que los conoces, que conoces su pasado de gallito en el corral, las muescas que se hacían en el zapato para certificar su donjuanismo, y la escasa consideración que le concedían a las colegas; pero esos hombres, siempre a la vanguardia, olvidadizos de su pasado, sobreactuados, están dispuestos a pedir el castigo más duro, no ya para quien lo merece, sino para quien no se muestra en exceso beligerante. No me fío de ellos, ni de sus formas, que son las mitineras de siempre, aunque haya cambiado el objetivo, ni de la sinceridad de su encono. Mientras acusan implacablemente a otros, se están defendiendo a sí mismos, tapan sus vergüenzas y, a su vez, obtienen el placer de participar en el castigo.

Tengo una edad como para saber cómo han evolucionado los hombres en mi país y a menudo me parece injusto y edadista (disculpen el término) que toda la reacción se cargue sobre los hombres maduros o viejos tildándolos de señoros a la primera de cambio. No es justo. Habría que poner el foco en las generaciones más jóvenes en las que está habiendo sin duda una revuelta contra los logros feministas, porque muchos a los que se califica alegremente de señoros son hombres que han ido cambiando calladamente, sin aspavientos, con dudas, haciendo frente a sus contradicciones, a veces con dificultad para adaptarse a novedades que en su juventud eran inimaginables, pero celebrando el desenmascaramiento de una época machirula de la que a lo mejor formaron parte porque era lo que se esperaba de ellos. Tengo más confianza en esos hombres que evolucionan discretamente que en los que dan lecciones cuando debieran callarse. Había un comentario en los boletines de notas de la EGB: “Progresa adecuadamente”. Ahí es donde yo encuentro el verdadero progreso, al Torquemadilla de turno ya lo tengo muy visto.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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