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JAIR BOLSONARO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ironía de Bolsonaro que se está ahogando en el escándalo de las joyas de oro y de diamantes

Un puñado de oro y diamantes han empezado a ser el peor veneno no solo para Bolsonaro sino también para el Ejército

Jair Bolsonaro
El expresidente de Brasil Jair Bolsonaro.Andre Borges (EFE)
Juan Arias

En la grotesca historia de Jair Bolsonaro, que puso a Brasil al borde de un golpe militar y que intentó promover una guerra civil en su afán de armar al país para luchar contra el fantasma de un comunismo que no existe, ha surgido un imponderable inesperado. Se trata de una faceta nueva que puede acabar con él en la cárcel, algo que no han conseguido hacer más de una docena de procesos judiciales en curso de mucha mayor envergadura.

Se trata esta vez del llamado escándalo del tráfico de joyas de oro y diamantes que él y su esposa Michelle habían recibido como regalo de los Emiratos Árabes, valoradas en más de tres millones de dólares, que deberían haber ido para el patrimonio nacional y acabaron en el bolsillo del entonces presidente de la República.

La historia de estas joyas podrían dar para un filme cómico de pequeños traficantes, como el haberlas traído escondidas en el fondo de una mochila de un militar y que parte de estos objetos preciosos, como un collar todo de diamantes para la esposa de Bolsonaro, sigue aún detenida en la aduana de Río sin que haya aún podido ser recuperada.

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La noticia de la venta de relojes valiosos Rolex y Pateck Philippe de oro y piedras preciosas vendidos a la chita callando en los Estados Unidos y que acabaron en el bolsillo de la familia Bolsonaro es más grave si cabe porque en dicha operación aparecen involucrados altos mandos de los tres cuerpos del Ejército, cómplices al parecer del expresidente.

Estamos ante una historia de tráfico de joyas preciosas, que deberían ser patrimonio del Estado y que han sido vendidas de escondidas, que está ya acarreando a Bolsonaro y familia su mayor desprestigio, sobre todo en su electorado más pobre y fiel, por ejemplo el de las iglesias evangélicas. Hechos mucho más graves, como la tentativa de un golpe de Estado o su burla de la epidemia de la covid que produjo cerca de un millón de muertos, le afectan menos que el apelativo de ladrón.

Para su electorado más fiel nada podría ser más devastador que ver a su ídolo, considerado como mesías y enviado de Dios, con la Biblia siempre en la mano para combatir a los corruptos comunistas como Lula, acusado de “ladrón”. Lo demuestra el hecho de que enseguida su presencia en las redes sociales, que fueron el fulcro de su elección, se ha desmoronado y hasta los políticos que hasta ayer le eran fieles empiezan a dar señales de distanciamiento y se van acercando a Lula y su Gobierno.

A eso se añade que el Ejército, que había sido el mayor baluarte del Ejecutivo de Bolsonaro, ya que fue él quién lo llevó de nuevo al poder sin necesidad de golpes ni de ser elegidos en las urnas, ha acabado atrapado y desprestigiado hasta popularmente al ser visto cómplice de la venta de las ya legendarias joyas.

Lo curioso de toda esta historia es que de repente un puñado de oro y diamantes han empezado a ser el peor veneno no sólo para Bolsonaro sino para el Ejército, tanto que empieza a verse desnudo ante la opinión pública como cómplice de un negocio más de pequeños traficantes de droga que de altos mandos militares.

Nada podría ser más negativo para los millones de pobres y evangélicos que votaron a Bolsonaro para deshacerse del “corrupto Lula”, el que ahora su ídolo, escogido por Dios que lo salvó de la muerte tras el atentado sufrido en plena campaña electoral, aparezca a la vista de la opinión mundial como un simple ladrón de bicicletas.

Y no sólo para los pobres. También para el mundo de la empresa y los más pudientes que votaron a Bolsonaro para con él colocar en el poder a una extrema derecha liberal, su apoyo les está resultando una piedra en el zapato de la que no saben cómo librarse. De ahí la caída vertical estos días en las redes sociales de todo lo relacionado con el bolsonarismo y el inesperado apoyo al nuevo Gobierno progresista de Lula por parte hasta de los partidos de derechas que pugnan por participar en el Gobierno con ministros propios.

Hay quién dice, medio en broma y medio en serio, que un día Brasil tendrá que agradecer a los países árabes los regalos de oro y diamantes entregados al entonces presidente Bolsonaro, ya que están obrando el milagro de contener el movimiento boslonarista que amenazaba con militarizar al país, con la banal acusación de un simple ladrón de joyas.

Para entender la fuerza e importancia de esta nueva acusación a Bolsonaro hay que recordar que él, de la nulidad que era como político, llegó a la Presidencia gracias a la guerra desencadenada contra los entonces presuntos escándalos de corrupción política que recaían sobre Lula, que estaba en la cárcel, y sobre la mayor parte de las fuerzas políticas. El capitán sin historia en el Ejército que lo expulsó y en el Congreso, en el que pasó por nueve partidos diferentes y ninguno de peso, llegó a la cumbre del poder por el rechazo generalizado en aquel momento a la izquierda como protagonista del escándalo de corrupción de la Lava Jato.

La historia tiene sus ironías y si las próximas semanas Bolsonaro acabara en la cárcel como ladrón de joyas más que por sus intentos golpistas, Brasil podría convertir toda esta curiosa y a la vez dramática historia en un buen guion para los próximos carnavales. El famoso antropólogo Roberto DaMatta coloca, en efecto, el alma de los carnavales en lo más interesante original y creativo del alma brasileña.

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