Dos razones de peso para que Junts apoye a Sánchez
La ciudadanía catalana ha mostrado un respaldo rotundo al Gobierno de coalición y no cooperar sería ir a contracorriente. Y en la batalla europea que se libra contra la extrema derecha, el nacionalismo catalán debe decidir en qué lado está
La aritmética de los resultados de las elecciones del 23 de julio, con el añadido de la pequeña corrección que aportó de unos pocos días después el recuento del voto de los residentes en el exterior, ha dejado un panorama bastante endiablado. Estos calurosos y extraños días de agosto, con las declaraciones más claras de algunos grupos, y más sibilinas de otros, cuando la gobernabilidad dependerá realmente de pocos escaños, desaconsejan hacer previsiones en torno a la posible formación de un gobierno o bien de una repetición electoral de aquí a poco.
Sin embargo, más allá de lo que ocurra en el futuro próximo, la foto de esos resultados permite hacer algunas consideraciones. La primera, como resaltaron la mayoría de los periódicos de alcance internacional en las horas siguientes al escrutinio, es que la ciudadanía española ha evitado con su voto el avance de la hipótesis de un gobierno de la derecha con la extrema derecha, rompiendo una tendencia de alcance mundial. Si se mira más de cerca, se puede concluir que este resultado ha sido provocado por una movilización electoral especialmente intensa de las mujeres, que remarca la buena salud del feminismo como palanca democrática más allá de sus debates internos. Por otra parte, el voto ha subrayado también cómo y hasta qué punto existe un pulso real entre dos bloques, de derechas y de izquierdas, que son portadores de valores, intereses, narrativas y programas claramente alternativos. Finalmente, se ha hecho evidente también —aparte de un repunte del bipartidismo, en un contexto de vendaval de voto útil— que el sistema político español es diverso, tanto en términos ideológicos como en términos territoriales. Se aprecia en la desigual distribución del voto según los bloques en las distintas comunidades autónomas, y también, por la importancia de los grupos políticos de base territorial en cualquier hipótesis de gobernación. En este marco, la cuestión catalana ha vuelto a estar en el centro del debate, aunque quizás de manera diferente con respecto al pasado.
En Cataluña es donde los partidos que integran la coalición de Gobierno progresista han obtenido sus resultados más importantes, cosechando prácticamente la mitad de los votos emitidos en la comunidad. Esquerra Republicana (ERC), que ha sido a lo largo de los últimos cuatro años un socio importante del Gobierno central —aun con la temeridad del voto contrario a una reforma laboral promovida por la vicepresidenta Yolanda Díaz que ahora todos reivindican— aunque ha obtenido resultados insatisfactorios, sigue siendo una fuerza política importante. Diferente es el caso de Junts, por muchas razones. La formación de Carles Puigdemont se ha negado en los últimos años a prestar su apoyo al Gobierno progresista (al precio también de partir el grupo parlamentario con el subgrupo de la parte más posibilista de los herederos de la antigua Convergència, el PDeCAT). Ahora, del voto favorable de sus siete diputados —esta vez todos ellos del ala más intransigente—, depende en definitiva consolidar el frenazo a las derechas o bien ir a nuevas elecciones y darles otra posibilidad de gobernar el país.
Junts no es un partido de izquierdas y, en algunas zonas, puede tener frontera electoral con Aliança Catalana, el partido nacionalista e independentista catalán de extrema derecha que ya gobierna el ayuntamiento de Ripoll. En esa población, el rechazo del partido de Puigdemont a querer consolidar un frente común para desbancar la extrema derecha ha permitido que la formación de Sílvia Orriols —que como muchas extremas derechas europeas ha basado su consenso en la defensa de la identidad nacional y en el rechazo a la inmigración—, ostentara la vara de mando del consistorio. Hay serias posibilidades de que Aliança Catalana opte en futuro por presentarse a las elecciones catalanas, y podría tener resultados significativos en las zonas y en los sectores sociales de la base electoral tradicional de Junts. Eso hace más difícil para algunos sectores del nacionalismo catalán facilitar el nacimiento de un nuevo gobierno de coalición progresista.
Por otra parte, también se interponen al voto favorable de Junts a Sánchez la necesidad de unas contrapartidas rentables y aparatosas en términos nacionales, que permitan seguir en la competición incansable con Esquerra Republicana, que en definitiva ha sido una de las coordenadas constitutivas de lo que se ha llamado procés.
Sin embargo, existen dos razones poderosas para que Junts se preste a investir un nuevo gabinete de Pedro Sánchez. La primera es que el conjunto de la ciudadanía catalana ha manifestado claramente su apoyo al Gobierno y negarse a cooperar significaría ir en contra de la opinión mayoritaria de su propia sociedad. La segunda es el contexto europeo: las elecciones españolas de julio han sido la previa de unas elecciones europeas en las cuales se juega también la posibilidad de abrir las puertas a la extrema derecha, de reducir libertades y derechos y de retroceder en la integración. Esta ahora mismo es la encrucijada europea y el nacionalismo catalán debe decidir si es parte del problema o de la solución.
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