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Columna
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De qué van las elecciones

En un país que valora positivamente las políticas socioeconómicas del Gobierno, este tiene todas las de perder el domingo porque muchos electores consideran que no ha antepuesto la “fe común” a las demandas de los nacionalistas periféricos.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.OLIVIER MATTHYS (EFE)
Víctor Lapuente

Las elecciones no van de la economía, sino de España. El 23-J no votamos al gestor supremo de la cosa pública, sino al sumo sacerdote o sacerdotisa de la patria. Porque, como apuntaba el sociólogo Robert Bellah, la democracia es una religión civil, con sus mártires, heroínas y textos sagrados.

Como en la buena religión, hay que evitar que los dogmáticos se apoderen de la iglesia y atropellen la razón con su fe ciega. Guardémonos de los fanáticos, de los ultranacionalistas de Vox que quieren purgar a heréticos y ateos de España, como los independentistas.

Pero, si los líderes fundamentalistas son perniciosos, para ganar las elecciones, es necesario presentarse como creyente en la religión nacional. Durante mucho tiempo, Jonathan Haidt advirtió a los candidatos demócratas derrotados sistemáticamente por republicanos trumpistas de que ese era su principal problema: no parecían ser devotos de la fe nacional. ¿Y acaso alguien que no cree en Dios puede ser elegido Papa?

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Es un defecto genérico de la izquierda occidental, acentuado desde la guerra de Vietnam y su consecuente (y lógico) rechazo a cierta idea de nación. Pero los progresistas que han sido capaces de superarlo han cosechado grandes éxitos. Barack Obama practicó la “fe común” de la que hablaba el filósofo progresista John Dewey y rescató la idea de patria como “nación inacabada”, a la que había que contribuir con políticas sociales ambiciosas. Una idea de patria proyectada al futuro, hacia lo que hay que hacer para tener una sociedad más justa, y no al pasado, hacia las batallas de Gettysburg o de Covadonga. El actual líder laborista Keir Starmer se define como un apasionado patriota y quiere que su partido priorice la igualdad de los británicos y no la protesta contra el sistema.

Este es el problema específico del progresismo en España. En un país con una mayoría natural de centroizquierda —atendiendo a la autoubicación de la población en la escala ideológica— y que valora positivamente las políticas socioeconómicas del Gobierno, este tiene todas las de perder el domingo porque muchos electores consideran que no ha antepuesto la “fe común” a las demandas de los nacionalistas periféricos. ¿Una percepción errónea? Quizás, pero el Gobierno no se esfuerza en desmentirla.

Como dijo Mitterrand, el nacionalismo es la guerra. Pero, sin nación, no hay victoria en democracia. @VictorLapuente


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