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Columna
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Extirpar la imaginación

A pesar de su actual banalización, de la impúdica pérdida de respeto por la literatura exhibida por algunos, la palabra escrita sigue siendo una poderosa herramienta que vertebra y articula pensamiento crítico y salva de la desesperanza

Funeral de la escritora Victoria Amelina en el monasterio de la Cúpula Dorada de San Miguel en Kiev (Ucrania).
Funeral de la escritora Victoria Amelina en el monasterio de la Cúpula Dorada de San Miguel en Kiev (Ucrania).DPA vía Europa Press (DPA vía Europa Press)
Najat El Hachmi

El desprecio a la cultura es un lujo que se pueden permitir quienes viven donde hay bibliotecas públicas, teatros, cines y museos. Solo se puede creer que el arte y la libertad de expresión están sobrevalorados donde están garantizados. Solo se puede defender que escribir no sirve para nada cuando otros antes que nosotros escribieron para conquistar los más fundamentales derechos y alimentaron con sus plumas el corpus de la tradición que nos ha dado en herencia las alas necesarias para crear nosotros lo que nos apetezca. A pesar de su actual banalización, de la impúdica pérdida de respeto por la literatura exhibida por algunos, la palabra escrita sigue siendo una poderosa herramienta que vertebra y articula pensamiento crítico y salva de la desesperanza.

En la novela Nosotros de Yevgueni Zamiátin (con nueva traducción de Marta Rebón) el protagonista vive en un mundo distópico en el que las personas son números y todo está organizado siguiendo los dictados de la más estricta racionalidad. Al empezar a poner negro sobre blanco sus percepciones del entorno siente que algo extraño le ocurre. Le pasa que imagina y eso es algo peligroso para el sistema (“hay que extirparle la imaginación”, dicen las autoridades), que siente y a medida que sigue con el diario va desarrollando algo raro y subversivo: una conciencia individual que los médicos consideran patológica (el diagnóstico es que “le ha nacido una alma”). Esta novela en la que se inspira 1984 de George Orwell es una muestra de que la literatura no solamente es útil sino que resulta fundamental para desafiar los regímenes autoritarios, denunciar las situaciones de injusticia o dejar constancia de los hechos que están sucediendo. Por eso aunque no he leído nada de Victoria Amelina, su muerte por las heridas que le causó un bombardeo ruso es la pérdida de una vida humana pero también la de una voz que con admirable coraje decidió dejar a un lado la ficción y dedicarse a dar cuenta del horror de la guerra. Cultivar una lengua para dotar de complejidad el pensamiento y la imaginación colectiva, transmitir conocimiento, experiencias y emociones es una tarea noble y aunque en el mercado triunfe el fast food de los best sellers nuestro oficio consiste en algo más que en entretener a la gente. Conectar con realidades alejadas y distintas, sufrir y gozar, vivir a través de lo leído o ensanchar los horizontes de la propia existencia. Todo esto hace por nosotros la literatura que ahora algunos pretenden extirpar de nuestra imaginación.

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