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Tribuna
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Un mito del nacionalismo periférico: Blas Infante

La identidad moderna de Andalucía se ha construido en torno a una manida simbología del llamado Padre de la Patria, en lugar de profundizar en su ideario, complejo para los políticos y desconocido para la ciudadanía

Acto de homenaje a Blas Infante en el 85 aniversario de su fusilamiento, en Sevilla en 2021.
Acto de homenaje a Blas Infante en el 85 aniversario de su fusilamiento, en Sevilla en 2021.Jose Manuel Vidal (EFE)

El primer día que tuve conciencia de mi padre fue en un paseo por El Escorial. Una fotografía cogidos de la mano plasmó ese recuerdo. Mantengo en la memoria las voces de escolares que me llamaban el andaluz, antes de que mi familia regresara a Andalucía y me convirtiera en el madrileño, para comenzar una gira ante vecinos deleitados por el nuevo acento. En esas cambiaron el nombre de la calle Queipo de Llano por el de Blas Infante (1885-1936). Era el año 1983 y el recién constituido Parlamento autonómico había declarado a Infante Padre de la Patria Andaluza. De improviso, los andaluces presenciamos la apología de un símbolo. Le dedicaron cientos de calles, barriadas, centros educativos, bibliotecas, complejos deportivos, y una avalancha de bustos de un señor engominado y lentes redondas que nos estorbaron los juegos de pelota. A los escolares nos tocó colorear su rostro serigrafiado, participar en la coreografía para cantar nuestro himno y hacer fila para recibir el pan tradicional (el mollete) empapado en aceite de oliva, la mejor forma conocida de celebrar cualquier idealismo.

Más allá de los actos lúdicos, poco más nos enseñaron, y cada cual prosiguió con su formación andalucista, si quiso. Estudié la carrera universitaria en Sevilla, donde Infante fue asesinado por los sublevados de Queipo de Llano un 10 de agosto de 1936. En el lugar de su fusilamiento, erigieron un monumento —Infante despliega los brazos alados en un último anhelo de vida, al grito de Viva Andalucía Libre— que dignificó su figura, ya que hasta entonces solo contaba con un busto en una urbanización en la periferia, a tres kilómetros de la Giralda. Los políticos se sumaron a los homenajes, no sin recelos, porque el ideario de Infante siguió resultando complejo e incómodo. En agosto de 2008, el entonces presidente andaluz, el socialista Manuel Chaves, entendió que el mito estaba maduro como para interrumpir unas vacaciones en Croacia y se ausentó del acto institucional. La oposición protestó y, de seguido, consensuó la alternativa de homenajear al líder en julio, el día 5, sin apreturas por la temporada de baño y con la justificación del aniversario de su nacimiento. El Partido Popular, sucesor en el Gobierno, mantuvo el acuerdo y limó sus antiguas reticencias con el ídolo, en un viraje hacia la apropiación del andalucismo que le ha llevado a proclamar un Día de la Bandera, el 4 de diciembre, en respuesta a los andaluces que consideran este día de revueltas callejeras más auténtico de celebración autonomista que el aniversario de la iniciativa que propició el primer referéndum, un 28 de febrero, ambas fechas ajenas a Infante.

Al no ser festivo este 5 de julio, los homenajes apenas tienen repercusión y Andalucía celebra el nacimiento de la persona real, hoy mitificada, sin que transcienda la vanguardia de su ideario, ni la condena que su asesinato y el de otros intelectuales supuso para este país, nada menos que desvincularse del progreso social durante 40 años. Blas Infante fue un gran político, pese a no quererlo, con una explicación propia sobre la historia y los problemas de Andalucía. Su programa abogó por el federalismo y la soberanía de los pueblos, lejos del independentismo, con acogida a los migrantes porque “en Andalucía no hay extranjeros”. Un hombre conocedor de 11 idiomas, respetuoso con la tradición católica e investigador de la memoria islámica. Su preocupación por los jornaleros, a quienes compadeció de niño cuando misereaban a la puerta de su colegio el guiso de la guiropa, le llevó a reclamar una reforma agraria y la creación de cajas rurales. Feminista, como los republicanos, y defensor del derecho al divorcio, pese a que no se acogió a la ley cuando se enamoró de otra mujer, una experiencia terrenal que la versión oficial ha borrado. Ecologista, cuidador de un zorro, liberador de pájaros en las jaulas de los mercados, opositor de la tauromaquia y de las peleas de gallos todavía consentidas. En definitiva, una persona real de quien la infancia se pueda enorgullecer más allá del día de su cumpleaños. Un padre respetado, si es conocido, para sentirnos todos menos huérfanos de ideas. Porque él lo intentó hasta el final, no tenemos derecho a dejar de intentarlo.

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