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Columna
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Con el ‘procés’ vivíamos mejor

Un sector ilustrado del independentismo ha impulsado una campaña en favor de la abstención para las próximas generales

Motoristas con banderas esteladas, durante la celebración de la Diada de 2015 en Barcelona.
Motoristas con banderas esteladas, durante la celebración de la Diada de 2015 en Barcelona.CRISTÓBAL CASTRO
Jordi Amat

Todo parece indicar que en las Cortes habrá menos diputados independentistas catalanes. Desde hace semanas un sector ilustrado de este movimiento ha impulsado una campaña en favor de la abstención para las próximas elecciones generales. Retumban las cámaras de eco al sol de poniente. Su principal argumento es que no, que no, que no los representan.

No es difícil imaginar la preocupación de esos partidos, que ya sufrieron un revés significativo en las elecciones municipales, ni tampoco la idea que funda esta teoría del rechazo: ciertamente los partidos del procés no han avanzado ni un milímetro en la agenda de la ruptura desde la extraña derrota de 2017. Es comprensible que muchos de sus electores se sientan traicionados. Primero los creyeron y luego la crítica se pospuso como testimonio de solidaridad con los líderes encarcelados o que huyeron de España para no ser juzgados. Esa prórroga emocional ha terminado. No es infrecuente que algunos de los indultados sean silbados en concentraciones públicas, acusados de traidores, botiflers o claudicantes. Y esas demostraciones de amarga frustración, que son el espejo roto de su bondadosa ingenuidad anterior, ahora tienen su traslación en la campaña de la abstención (o en performances más folklóricas, como la de usar la papeleta del referéndum del 1 de Octubre en las próximas elecciones).

Ese es el objetivo: abstenerse para expulsarlos de las instituciones. Algunos incluso buscan una carambola catastrófica: la posibilidad de reactivar la confrontación como reacción a un Gobierno nacionalista del PP con Vox. Pero esta teoría del rechazo es una forma de negacionismo que contrasta con la actual realidad sociopolítica en Cataluña.

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Aunque aún un 29,4% de los catalanes desearía que el procés terminase con la independencia, según las últimas encuestas del Institut de Ciències Polítiques i Socials, solo un 4,2% cree que acabará así. Incluso entre los independentistas los datos evidencian que desde 2017 cada vez son menos los que creen que la independencia será el final del procés. Si antes mayoritariamente pensaban que el movimiento del que formaron parte desembocaría en un acuerdo con el Gobierno central para aumentar el autogobierno regional, en 2022 por primera vez fueron mayoría los que ya habían asumido que el procés, simplemente, terminaría con su abandono. No estaría mal que los antiprocesistas profesionales de aquí y de allí tomasen nota de este dato y se preguntasen por sus causas. Una cosa distinta es si los catalanes que votaron a partidos independentistas a lo largo de la última década, una vez que han asumido lo utópico del objetivo, optarán a corto o medio plazo por opciones no rupturistas. No. El independentismo es estructural. No se espera aún un gran trasvase entre bloques, aunque parece que casi un 13% de los votantes de ERC ensayarán el voto dual optando por el PSC. Pero una abstención significativa, basada en esta teoría del rechazo contra los propios, puede ser un primer indicio de un cambio lento de prioridades.

Escribía Aleix Moldes en el diario Ara que el relevo generacional no sería la solución vivificadora para el independentismo. No digamos ya el demográfico, con unas tasas de natalidad subterránea solo compensada por la nueva inmigración. En la conclusión de su artículo, el periodista Moldes se refería a un concepto elaborado por la psicología política: “Los años impresionables”. Durante aquel período, entre el final de la adolescencia y el principio de la edad adulta, uno se politiza y asume valores y actitudes que apenas modificará a lo largo de su vida. Los abanderados de la abstención, que se creyeron las promesas independentistas cuando eran chavales y estábamos superlocos, aún no se han dotado de una visión compleja de la realidad, la catalana y la española, para explicarse las causas del fracaso del procés. Prefieren transferir las responsabilidades a los líderes políticos antes de iniciar un proceso de revisión ideológica que los forzaría a una rectificación. Es normal que así sea. Antes de aceptar con dolor que se ha perdido la fe es habitual satanizar a la Iglesia. Mientras tanto, después de mí, el diluvio.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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