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Anatomía de Twitter
Columna
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Los cínicos de la abstención

La campaña de ‘hashtags’ que pide no votar en Cataluña el 23 de julio no deja de ganar tracción en redes

Una persona ejerce su derecho al voto en la Escola Grèvol (Barcelona), el 28-M.
Una persona ejerce su derecho al voto en la Escola Grèvol (Barcelona), el 28-M.

La pensadora bell hooks escribió una vez que “el cinismo es la máscara tras la que se ocultan los corazones desilusionados y traicionados”. Estos días, Twitter anda con superávit de despechados a moco tendido tras su careta. Desde que Pedro Sánchez anunció el adelanto de las elecciones generales, la nube de hashtags que llaman a abstenerse en Cataluña el 23 de julio no deja de ganar tracción en redes. Y no solo se ha podido seguir bajo las etiquetas de #AbstencioMassiva23J (con un alcance potencial de 12,9 millones de cuentas en los últimos siete días, según la herramienta Talkwalker), #AbstencioCatalana (otros 2,7 millones de impactos), #QueUsBombinATots (Que os den a todos) o #AneuALaMerda (Iros a la mierda), con menor cobertura, pero no por ello menos tuiteadas. Junto a esos desmotivados más o menos anónimos, una avanzadilla de comunicadores influyentes y afines al independentismo también ha optado por defender desde sus tribunas y desde sus propias cuentas de Twitter por qué es un plan sin fisuras no acudir a las urnas el penúltimo domingo de julio.

Bernat Dédeu, desde El Nacional, lo recomienda para “hacer limpieza” porque “el procesismo ha provocado un grupo de vividores difícilmente equiparable y todo el mundo empieza a temer por la sillita”. Pilar Carracelas, desde su tribuna en El Món, asegura que “la abstención activa, en un momento en que el sistema se aleja de la esencia de la democracia, es más democracia”. Joan Burdeus, en Núvol, defiende esta opción porque tiene “mucha más esperanza en lo que se puede mover en Cataluña si continuamos fiscalizando que miedo por un Gobierno del PP y Vox”.

Tiene lógica que una persona blanca, normativa y con sobrado capital cultural tenga menos pavor a un Gobierno del PP y Vox y sienta cierta excitación por el subidón adrenalínico que supondría una sangría política en el posprocesismo. Después de todo, si ganase la extrema derecha, su rutina tampoco sufriría un seísmo.

Si es heterosexual, su derecho al matrimonio seguirá intacto, nadie le obligará a “curarse” de su identidad y recibirá las ayudas sociales pertinentes si decide formar una familia nuclear como las de antes. Si es cisgénero, podrá seguir entrando al vestuario o baño que le corresponde sin que le prohíban el acceso bajo la sospecha de agresión sexual inminente y la sanidad pública jamás le denegará su derecho a una transición ni le hará saber que es una persona enferma en caso de que lo solicite. Si es hombre, no temerá a la revictimización y cuestionamiento institucional de su testimonio en caso de ser maltratado por su pareja o agredido sexualmente. Tampoco se verá tecleando en Google cómo abortar con perejil o con infusiones de Caulophyllum Thalictroides porque se habrá activado un protocolo antiabortista o se habrá derogado el derecho a interrumpir su embarazo de forma legal, gratuita y segura. Al no ser migrante (y no precisamente de los expats, porque a esos se les recibirá, todavía más, con una alfombra de oro), nada cambiará en su día a día: no necesitará a las ya amenazadas asociaciones de acogida porque ya no tendrán subvenciones, no sentirá la paranoia constante a ser denunciado y expulsado del país ni comprobará cómo desde las instituciones se normaliza la desconfianza a su mera existencia.

Esto no son postales agoreras para infantilizar a quien pretenda ejercer su derecho, totalmente democrático, a no votar en unos comicios. Es lo que se está firmando en los acuerdos del PP y Vox tras conquistar las municipales y autonómicas. Lo que va en sus programas. Lo que pasa cuando gana el cinismo.

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