Solo las mujeres podrán salvar el cristianismo original
La religión es nombre femenino, como la vida. La masculinización de lo religioso acabó empobreciendo y burocratizando el vigor de la fe, que fue perdiendo su fuerza primitiva
Se dice que el mundo ha entrado en una nueva era en la que la mujer está surgiendo en la sociedad con tanta fuerza que, como acaba de escribir la empresaria brasileña, Camila Junquera en el diario O Globo, “el futuro necesita ser definitivamente femenino”.
Si ello resulta cada día más cierto hasta en la política atávicamente masculina, también lo es en el cristianismo, la mayor fuerza espiritual de las religiones monoteístas.
El cristianismo, en efecto, empezó a entrar en crisis en el momento en que se fue masculinizando, arrinconando de él la fuerza femenina. Lo revela cada día con mayor evidencia el rosario de escándalos sexuales perpetrados dentro de la institución masculinizada, mientras se continúa manteniendo el celibato obligatorio de los religiosos.
El cristianismo se hizo tan masculino que fueron olvidadas las evidencias de que en sus orígenes, cuando demostró su mayor vigor, fue marcadamente femenino. La nueva religión nacida del judaísmo transformada por Jesús en religión universal, nació y se desarrolló bajo la fuerza de las mujeres.
Tanto es así que los evangelios cuentan, con gran simbolismo, que Jesús al resucitar se apareció antes que a los apóstoles a un grupo de mujeres, entre ellas a la emblemática, María Magdalena, que pudo haber sido su esposa. Y fueron las mujeres la únicas que estuvieron a los pies de la cruz mientras moría. Los apóstoles habían huido por miedo a ser también ellos ejecutados.
Los primeros ritos cristianos eran realizados en las casas de las mujeres seguidoras de la nueva fe religiosa y fueron ellas las protagonistas en las catacumbas de Roma durante las persecuciones de los romanos.
El cristianismo empezó a masculinizarse y jerarquizarse con Pablo de Tarso. Las primeras eucaristías en memoria de la última cena celebrada por Jesús antes de su muerte, tenían lugar en las casas de las mujeres. Ellas aparecen históricamente al frente de las primeras comunidades cristianas antes de masculinizarse la nueva fe.
Existe hasta una evidencia pictórica de ello en una de las catacumbas de Roma, no abiertas al público, solo visibles a los especialistas en el estudio del cristianismo, en las que se puede observar una pintura entre el segundo y tercer siglo del cristianismo de mujeres con vestes sacerdotales.
Y es que los primeros vestigios religiosos están ya enraizados en lo femenino. Basta recordar que la primera divinidad de la historia fue Gea, la diosa de la Tierra, la engendradora de vida. En todas las historias de las religiones aparece claro que lo religioso fue en sus inicios femenino, relacionado con la vida y sus misterios.
El cristianismo y más el catolicismo acabó masculinizando la religión que hasta en su lenguaje era siempre femenino: iglesia, basílica, misa, comunión, confesión. Es curioso que hasta la vestimenta, la sotana, usada desde el papa a los simples sacerdotes fue y sigue siendo femenina.
La religión es nombre femenino, como la fe o la vida. La masculinización de lo religioso acabó empobreciendo y burocratizando el vigor de la fe, que fue perdiendo su fuerza primitiva.
De los últimos pontífices quien mejor entendió que el cristianismo se está empobreciendo por culpa de su excesiva masculinización que acabó sacrificando su original fuerza femenina ha sido el actual papa Francisco. Ha sido él quien ha recordado que la Iglesia primitiva, la fundacional, era fuerte y abiertamente femenina. Y enseguida encontró la resistencia del viejo aparato masculino del Vaticano que le paró los pies impidiéndole hasta de eliminar el celibato obligatorio del clero, que nada tiene a que ver con los dogmas y que fue la razón principal para alejar a la mujer del altar.
En sus esfuerzos por volver a dar poder a la mujer en la Iglesia, Francisco ha ido introduciendo el elemento femenino en la burocracia vaticana e intentado devolver a la mujer algunos de los poderes de los que gozaba en los orígenes de la nueva religión. Y aún eso con gran resistencia de la masculina burocracia de la Santa Sede que acabó enfrentándosele.
Si es cierto que existe en la Curia el deseo de que Francisco pueda acabar renunciando por motivos de salud para poner freno a sus aperturas de género femenino, también lo es que quizás sea demasiado tarde y que el próximo papa pueda sorprender y conseguir lo que a Francisco se le está negando.
La Iglesia anda aún a remolque de los viejos clichés masculinos en una sociedad en la que es cada vez más evidente que esta es la hora de la mayor reivindicación de lo femenino en todas las instancias.
Y si algo es evidente es que la religión desde los albores de la humanidad estuvo íntimamente ligada a lo femenino. No acaso la primera diosa de la antigüedad fue Gea, la madre Tierra, intrínsecamente ligada a la fecundidad. Y fue justamente cuando a la religión, a la divinidad, se las hizo masculinas cuando perdieron su fuerza primitiva.
Resulta, en verdad, imposible imaginar al cristianismo desvalorizando lo femenino, los misterios de la fe, de la angustia existencial, de la zozobra ante el más allá, de la angustia de lo desconocido. Y también de cualquier tipo de misterio que acaba siendo indescifrable sin reconocerle el papel primordial de lo femenino. Y ello sea en la felicidad que en la angustia, en la vida como en la muerte, en la fe como en la religión, todos ellos vocablos femeninos, sin que la mujer vuelva a recobrar lo que la misma Historia le reconoce.
¿Lo entenderá de una vez el cristianismo? De no ser así, aquella fuerza femenina que la religión tuvo en sus albores y que fue capaz de introducir una verdadera revolución en el misterio de la fe (otro vocablo femenino) acabará deshilachándose triste y melancólicamente.
Suscríbase aquí a la newsletter de EL PAÍS América y reciba todas las claves informativas de la actualidad de la región
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.