Contra el voto ilusionante
Nada parece atraernos ya en la política real y por eso construimos mundos alternativos, aquellas representaciones “sin verdadera realidad, sugeridas por la imaginación” de las que habla el diccionario
El diccionario de la Real Academia Española define lo ilusionante como aquello que produce ilusión y la ilusión como un “concepto, imagen o representación sin verdadera realidad, sugeridos por la imaginación o causados por engaño de los sentidos”. Desde esta perspectiva, la ilusión entra en el ámbito del ilusionismo, el “arte de producir fenómenos que parecen contradecir los hechos naturales” y, por lo tanto, es cosa de ilusionistas, oficio que hasta hace poco la Real Academia definía como la habilidad para realizar “efectos ilusorios mediante juegos de manos, artificios, trucos”.
Lo hemos oído hasta la saciedad en la última campaña electoral. Llevamos escuchándolo desde hace décadas y lo volveremos a escuchar de nuevo en la que viene: candidatos o candidatas que ofrecen programas ilusionantes, con medidas ilusionantes, en campañas ilusionantes. Pero tengan esto siempre presente: cuando alguien les pida el voto apelando a las ilusiones, y no a la realidad, es probable que esté haciendo juegos de manos, trucos de vodevil, que ande de por medio alguna trapacería o que todo sea una simple trapallada, como dirían en Galicia.
Quienes piden un voto ilusionante tienen mucho de ilusionistas. Pero quizás la culpa no sea solo suya. Al fin y al cabo, todo el que aspira a ser electo para un cargo político intenta articular su discurso en torno a aquello que desean oír sus posibles electores y la idea de que es necesario votar con ilusión ha ido calando en los últimos años entre la ciudadanía.
Estoy harto de escuchárselo a mis amigas, a mis amigos, de oírlo en tertulias radiofónicas o televisivas, en corrillos callejeros, en el bar, en la cola del mercado, de leerlo en los periódicos…: “no voy a votar, no encuentro nada que me ilusione”; “votar sin ilusión es una mierda”; “qué pena tener que votar sin ilusión”. Nada parece atraernos ya en la política real y por eso construimos mundos alternativos, aquellas representaciones “sin verdadera realidad, sugeridas por la imaginación” de las que habla el diccionario. Y si esa imagen o representación choca con el universo tangible nos desilusionamos y una vez desilusionados es probable que no votemos.
Basta ya de voto ilusionante. Basta ya querer ir a votar con ilusión, como cuando éramos niños y esperábamos las mañanas de Reyes o Navidad para ver qué regalos había en el salón o bajo el árbol. Basta ya de zarandajas y de tonterías. Votar solo por ilusión es un infantilismo: les reto a que cada vez que la ilusión les haga tener dudas sobre si es necesario ir a votar acorten el nombre de la palabra y repitan en voz alta: “Necesito votar con ilu”. “Sin ilu, no voto”. Chachi piruli. ¿Suena infantil? ¿No? Pues condicionar el voto a tener o no ilusión es tan pueril como pretender ir a votar con ilu.
Votar es el ejercicio de un derecho. También es un deber cívico. No es una ilusión. Y el acto de votar no se debe basar en la ilusión. Hay que votar pensando en el BOE. Pensando en políticas reales. Pensando en el contenido de los programas y de los proyectos. Pensando en qué modelo de sociedad queremos, en qué tipo de Estado queremos. O, por el contrario, pensando en qué tipo de sociedad no queremos. Tan importante es votar a un partido o coalición de partidos por sintonía con su proyecto político como votar para impedir que gobierne un partido o coalición de partidos que desmantelarían el modelo de sociedad o de Estado al que aspiramos.
Ahí radica otro tópico que suele estar vinculado a la ilusión: “no encuentro ningún partido que me represente plenamente y votar para impedir que gobierne otro ya no me hace ilusión”. Conclusión: me quedo en casa. De nuevo vela nuestra percepción de la realidad y nos impide comprender que no hay nada malo en votar para evitar que un partido o una coalición de partidos liquiden determinadas conquistas sociales. Que votar por estar en contra un proyecto es tan legítimo, y tan útil, como votar a favor de un proyecto. De hecho, aunque suene a trabalenguas, votar para impedir que gobierne un partido también es votar a favor de un proyecto político, de un modelo de sociedad o de Estado.
Es imposible encontrar un partido que nos represente plenamente a todos. Elijamos el que elijamos, siempre tendremos discrepancias con algún punto de su programa. O no sintonizaremos del todo con quienes ejercen su liderazgo. Quizás no nos caigan bien sus socios si no puede gobernar en solitario. Habrá ocasiones en la que la sintonía con un proyecto sea mayor y otras en las que sea menor. Pero no es necesario sentirse ilusionado para ir a votar. Votar sin ilusión, porque es nuestro deber, es un signo de madurez política. Es más: a estas alturas, creo que mezclar voto e ilusión puede resultar perjudicial para la democracia.
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