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¿Votar con ilusión?

Estamos políticamente desilusionados, desanimados y desesperanzados, por más que los líderes del país intentan inyectar en los ciudadanos un poco de moral de triunfo para el próximo porvenir. Sin embargo, ni ellos mismos están muy convencidos cuando nos dicen que van a solucionar rápidamente nuestros problemas. Si observamos bien sus actos y palabras, veremos por eso que están más comedidos que nunca. Hasta dejan de lado muchas de sus reivindicaciones ideológicas, para proponer unas ideas de gobierno que no son demasiado distintas unas de otras. La derecha quiere presentarse como social, y la izquierda se hace prudente defensora de una razonable libertad económica que a todos podría satisfacer.Si un observador imparcial leyera los discursos y declaraciones que empiezan a pulular, y que cada vez nos invadirán más, podrá comprobar lo que digo: nada de exageraciones ni de reivindicaciones clasistas exclusivas; nada de asustar al contrario, sino, ante todo, adoptar una actitud de comedimiento.

Y muchos nos preguntamos ante esta situación: ¿Es ésto malo? ¿Es ésta una postura hipócrita con el fin de conseguir votos para luego gobernar de otro modo?

Yo, sinceramente, creo que no. Que nuestros políticos están suficientemente inquietos por la situación presente y por la perspectiva oscura de porvenir, que no quieren desestabilizar más este país de lo que ya lo está, y pretenden recoger velas ideológicas demasiado destempladas, que serían impropias de la situación real de la nación.

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Después del sarampión del cambio, en el que todo fueron promesas fantásticas acerca de las posibilidades inmediatas de nuestra democracia, estamos entrando en caja. Nos hacemos realistas en política para no volver a caer en la trampa de la desilusión a la hora de votar próximamente. Y empezamos también a caer en la cuenta de lo siguiente:

En primer lugar, que los problemas del país son tan complejos que no hay que esperar soluciones mágicas para ellos. Estamos en un contexto europeo difícil, tanto política como económicamente, y que influye en nuestro país grandemente. Y, además, somos una nación que no puede aspirar a parangonarse con los grandes de Europa, ni siquiera con los más pequeños del desarrollo, ni en riqueza económica, ni en experiencia política, ni en nivel cultural. Hemos de ser más modestos en nuestras pretensiones y conocernos mejor sin deformar nuestra realidad. Precisamente, por no haberlo hecho durante los 25 años últimos de engañosa euforia, hemos llegado a este callejón sin salida en el cual nos encontramos metidos. Por eso, si somos realistas, deberemos votar a aquel partido que más confianza realista nos dé, dentro de nuestro gusto particular. Sepamos con realismo que los programas no van a diferir tranto entre sí, ni el modo de gobierno que propongan va a ser en principio muy diferente uno de otro, al menos de palabra.

Lo que sí ocurrirá -y ésta es la segunda consideración que debemos hacernos- es que tendremos que centrarnos fundamentalmente en esos hombres que van a aplicar los programas, porque de ellos dependerá -más que de su ideología- el resultado que nos espere a los españoles. En esta ocasión es muy importante elegir bien a las personas, porque serán grandes los imprevistos de la política mundial, y será necesaria la prudencia unida a la valentía en el gobierno, no sólo para ello, sino para poder aplicar las medidas de renovación pública a todos los niveles, que son las que más van a contar a la hora de encauzar política, social y económicamente al país.

La revolución pendiente está sobre todo en este saneamiento y racionalización de la actividad pública que el país necesita a to-

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dos los niveles. Y para eso se precisa de ese acierto, de esa capacidad de contactar con la realidad, que no han derrochado hasta ahora nuestros políticos para desgracia de la nación. Y, además, se requiere coraje y decisión con el fin de aplicar estas medidas saneadoras que hagan más racional y efectivo el ordenamiento público.

Y por último, tenemos que saber que no hay Gobiernos eternos; y que la excesiva prolongación de un mandato -ahí está el ejemplo de Italia-, es siempre un mal para la auténtica democracia y para la salud moral de un país. El famoso moralista político J. Leclercq observaba que, "los mejores Gobiernos se corrompen con el tiempo", y tenía toda la razón. Cuando uno se arrellana en el sillón del poder, termina por identificar su interés personal con el público, y queda así desvirtuado poco a poco este último, al convertirse el Gobiér no que empezó bien en un Gobierno más o menos tiránico, porque en esto consiste justamente la tiranía: en gobernar para provecho propio y no para el de todos, sea este provecho personal o el de el partido. El gobernante futuro tiene que gobernar para bien de todos los españoles, sin exclusivismo alguno.

El otro gran mal del tiempo demasiado prolongado de un Gobierno, es la desconexión de la realidad que experimenta progresivamente el gobernante: eso lo hemos visto claramente en el período franquista; pero no podemos cantar victoria y decir que hemos superado esta grave tentación durante la transición y el preestablecimiento do la democracia, que es en lo que estamos ahora todavía.

Hemos de intentar actualmente consolidar las bases humanas reales de la democracia, y no sólo las verbales, porque el momento es delicado. Estamos en una encrucijada todo el país de cara a las próximas elecciones. Los que votemos en ellas hemos de recordarlo muy conscientemente, y quienes vayan a dirigirnos lo han de considerar más todavía.

Dejémonos de utopías, y busquen nuestros políticos soluciones concretas, que sean viables de acuerdo con las necesidades reales del país. Se trata, como decía K. Popper, de localízar los problemaá y de resolverlos con buen sentido, sin dejarnos llevar de nuestras personales teorías que, en momentos delicados como el nuestro, resultan estar en las nubes. Lo primero es asentar, racionalizar y sanear el país económica, cultural, política y administrativarnente.

Y después vendrá más adelante -porque eso en su momento es necesario- la verdadera discusión ideológica. Y para esta fase previa que empieza, necesitamos de todos, incluso de los partidos que estén en la oposición, para salir del grave atasco en que estamos. Porque la más eficaz ilusión será la de ser realistas.

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