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ELECCIONES 23-J
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La caída de Irene Montero

En las circunstancias actuales, tras tantos meses de tensión entre la agitación permanente de Pablo Iglesias y el proyecto en construcción de Yolanda Díaz, la figura de Irene Montero restaba mucho más que sumaba

Montero defiende la posición de Podemos durante el debate sobre la modificación de la Ley del 'Solo sí es sí' en el Congreso de los Diputados, el pasado 20 de abril. Foto: SAMUEL SÁNCHEZ
Jordi Amat

Las pruebas que ha tenido que superar el Gobierno de coalición no han sido pocas ni fáciles. Al tiempo que se intentaba resolver la crisis sanitaria, se acertó con el mecanismo para salvar empresas y trabajadores con los icos y los ertes. Cuando la invasión rusa de Ucrania iba a disparar el precio de la energía, amenazando a toda Europa con el lobo de la recesión, aquí la excepción ibérica funcionaría como un potente salvavidas protector. En medio de estos desafíos inesperados, cuya mala gestión podían haber quebrado la paz social, se aprobó la reforma laboral que llevaba el copyright de Yolanda Díaz. A pesar del boicot cainita del Partido Popular, incluso a lo acordado por la patronal, la reforma se aprobó de chiripa y los resultados de esa modificación serán el mejor legado de este Gobierno, porque nada hacía esperar una reducción de la tasa de paro como la que se ha producido. Poca broma. Pero todo ha estado a punto de descarrilar.

La ley del solo sí es sí, desde el momento que empezó a constatarse lo que no pocos juristas habían advertido, provocó un desgaste insoportable para el Gobierno durante semanas. De ese fracaso había múltiples responsables, desde los impulsores hasta los diputados que votaron a favor de ella, pero en el Gobierno, más allá de las tensiones que ampliaban las que ya había provocado la agenda del Ministerio de Igualdad, nadie pagó un precio político por ello. Había razones suficientes para que la ministra Montero dimitiese y, con su sacrificio, reforzase al Ejecutivo. No lo hizo. Al contrario. Lo primero fueron unas declaraciones nefastas etiquetando a los jueces de machistas, una muestra de populismo imperdonable cuando se necesita afianzar la institucionalidad amenazada. Tampoco el presidente del Gobierno decidió cesar a su ministra, un golpe sobre la mesa que habría reforzado su autoridad y desactivado la campaña trumpista que cada día sumaba un nuevo violador a una lista insoportable. Pedro Sánchez perdió una oportunidad.

En las circunstancias actuales, tras tantos meses de tensión entre la agitación permanente de Pablo Iglesias y el proyecto en construcción de Yolanda Díaz, la figura de Irene Montero resta más de lo que suma. Los resultados de Podemos en las elecciones de mayo no la reforzaron. Al contrario. Y más aún cuando la emocionalidad lo invade todo, imposibilitando un debate sosegado sobre la acción de gobierno. Con ella en un lugar preminente, la campaña la habría estado señalando con saña y con demasiadas razones. Sacrificarla ha sido un cortafuegos necesario. Lo ha escrito Gregorio Luri: “Montero carga con sus culpas (que son muchas) y las ajenas (que no son pocas) para que los ajenos puedan aparentar que no tienen culpa”. Es política.

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Sobre la firma

Jordi Amat
Filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Escribe en la sección de 'Opinión' y coordina 'Babelia', el suplemento cultural de EL PAÍS.

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