Relámpagos que preceden a la tempestad
Ahora es el momento de Ucrania. Es suya la iniciativa, que el ocupante ha perdido desde que fracasó su ofensiva relámpago hace ya más de un año
Todo son retrocesos. Ni un paso adelante, ni una sola victoria. Ni siquiera ha caído Bajmut, donde Moscú ha concentrado sus esfuerzos para obtener al menos un pequeño éxito, aunque fuera simbólico, antes de la nueva y más cruenta fase de la guerra. Ha fracasado incluso la ofensiva aérea sobre Kiev esta semana, gracias a unas defensas antiaéreas cada vez más eficaces, que han interceptado los 18 artefactos lanzados en una sola noche, seis de ellos los temibles Khinzal hipersónicos.
Son los relámpagos que preceden a la tempestad. De un lado, los ataques y atentados ucranios a la retaguardia rusa, sin reconocimiento de autoría, a infraestructuras, aviones y helicópteros. Del otro, la concentración de tropas, especialmente milicias privadas de Wagner, en la ahora asolada ciudad de Donetsk donde se está librando la batalla más larga y en la que probablemente han perecido más combatientes desde que empezó la guerra. Ahora es el momento de Ucrania. Es suya la iniciativa, que el ocupante ha perdido desde que fracasó su ofensiva relámpago hace ya más de un año. El mando ucranio puede jugar con la tensión de la espera, que permite reforzar los preparativos de la ofensiva en ciernes, tal como se ha visto con el éxito de Zelenski en su gira por las capitales europeas. En sus manos está elegir el momento y el punto del ataque, una ventaja que permite incrementar la incertidumbre en las filas enemigas e incluso engañar con maniobras de distracción o intoxicación.
En tan trascendental decisión se juega el desenlace de las batallas. Y en este caso incluso de la guerra, si desemboca en una victoria de tal calibre que conduzca a las tropas ucranias hasta el mar de Azof, de forma que corten el enlace terrestre de la península de Crimea con Rusia. Si, por el contrario, caen diezmadas, entonces se invertiría por primera vez el sentido de la contienda. Según los expertos, la envergadura del desafío desaconseja la concentración de las tropas en un solo punto, pues las convertiría en un blanco fácil para una ofensiva aérea para la que Ucrania no está suficientemente preparada, o lo que sería peor, un ataque nuclear táctico capaz de destruir un entero cuerpo de ejército.
Los enormes inconvenientes del uso de un arma nuclear, especialmente el rechazo que produciría entre los países que se han mantenido equidistantes, podrían quedar compensados por una improbable rendición que zanjara el conflicto, algo que ni siquiera es seguro ante la determinación demostrada por Kiev y los compromisos a largo plazo adquiridos por sus aliados para el caso de que la guerra se prolongue e incluso de que falle o se debilite el incondicional apoyo actual de Washington. Aunque la profundidad estratégica de Rusia y el enorme capital humano y material que tiene a su disposición para seguir dilapidándolo sitúan el final en un lejano y sombrío horizonte, tan mal pinta la guerra para Putin que no cabe descartar ni siquiera un súbito y definitivo hundimiento del frente.
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