La dura vida de Lula
Entre la presión internacional para proteger la Amazonia y una de las élites más depredadoras del planeta, el presidente de Brasil se acerca a una situación imposible
Luiz Inácio Lula da Silva siempre ha parecido sentirse muy a gusto en el poder. Tanto en sus dos primeros mandatos (2003-2010) como en este tercero, que empezó en enero, siempre se ha movido como si hubiera nacido en ese hábitat, incluso en las crisis graves. El exlíder sindical disfruta visiblemente de su cargo y aprecia estar bajo los focos. Pero quizás esto cambie ahora que está atrapado entre dos fuerzas radicalmente opuestas. Hoy, con menos de cinco meses en la presidencia, solo los políticos más ávidos desearían estar en la piel de Lula.
Por un lado, Lula solo conseguirá reconocimiento internacional si es capaz de proteger la Amazonia y otros biomas estratégicos del país con mayor biodiversidad del planeta y, en consecuencia, proteger a los pueblos indígenas que mantienen la naturaleza en pie. Por otro lado, Lula tiene que gobernar con un Congreso dominado por una élite depredadora, negacionista del cambio climático y retrógrada, representada por lo que en Brasil se denomina la “bancada ruralista”, muy organizada y financiada por empresas vinculadas a la agroindustria.
Los estrechos límites de Lula se evidenciaron en abril, en el Campamento Tierra Libre, el evento indígena anual más importante, que se celebra en la capital federal, Brasilia. Para no empeorar su difícil relación con el Congreso, Lula solo pudo anunciar la demarcación de seis tierras indígenas, un número insignificante dada la necesidad de justicia y las expectativas de los líderes de los pueblos originarios que le apoyaron. Por ley, todas las tierras indígenas deberían haberse demarcado hasta 1993, lo que significa que el Estado tiene un déficit de tres décadas no solo con su población originaria, sino también con su propia Constitución.
El ejemplo más emblemático del aprieto en el que se encuentra Lula, entre un planeta en colapso climático y una élite empeñada en agravar el calentamiento global en nombre de los beneficios inmediatos, es el ascenso de Tomás Oliveira de Almeida al prestigioso puesto de coordinador general de la Secretaría de Comisiones del Senado, según reveló The Intercept el lunes. Almeida fue uno de los jóvenes que, una madrugada de abril de 1997, prendieron fuego al indígena pataxó Galdino Jesus dos Santos, que dormía en una parada de autobús en Brasilia. El pasado 19 de abril, fecha en la que se conmemora en Brasil el Día de los Pueblos Indígenas, el Gobierno de Lula rindió homenaje al indígena asesinado. En el mismo instante, el Senado ascendió a Almeida, uno de sus asesinos.
Este es el Brasil que Lula tiene que gobernar. Si la sociedad internacional quiere salvar la Amazonia, tendrá que castigar mucho más duramente la agroindustria brasileña y, lo que es muy importante, sacar de allí a las empresas mineras de sus propios países. Si todo depende de la élite depredadora que domina el Congreso, pronto la Amazonia se convertirá en una ilustración para contar a los niños que un día hubo un planeta con una gran selva y días mucho mejores para los humanos.
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