Vender mi casa para poder ir a una residencia
Los lectores escriben sobre el coste de los centros de mayores, las políticas públicas que tienen en cuenta los intereses de los niños, la necesidad de tener criterio para opinar, y sobre el mal uso de la lengua
Los baby boomers nos hemos pasado media vida trabajando para ahorrar. Primero para comprar un coche, después para dar la entrada de una vivienda, y luego para pagar la hipoteca y los impuestos que acarrea el ser propietario. Creía que cuando acabara de pagar mi hipoteca podría por fin disfrutar de la vida. Pues parece que no va a poder ser así, porque a partir de ahora debo pensar en mi futuro, o sea, en el lugar donde acabaré mis últimos días si necesito que me cuiden, y empezar a ahorrar los 2.000 euros mensuales que me costará vivir en una residencia si quiero tener un final de vida digno. Una cantidad que me resulta completamente imposible de ahorrar. Afortunadamente, el disponer de una vivienda me da la opción de malvenderla a cambio de pagar por mis cuidados. Es curioso el alcance que tiene la economía circular en nuestros días. Jamás pensé que me plantearía esta situación: mis hijos solo podrán heredar mi casa si soy capaz de ahorrar lo suficiente para pagarme la residencia, o bien, si me muero antes de necesitar estos servicios.
Encarna Bermejo Moreno. Parets del Vallés (Barcelona)
Los niños no votan
Como cada fin de semana, fui al parque con mis sobrinos. Aún no han llegado a Primaria, pero ya saben leer algunas letras. M señala a la vez que me mira. Su dedito apunta con firmeza hacia el cartel de “No jugar a la pelota”. Él reconoce el “No” y “jugar”. No entiende. Yo tampoco. Los niños no votan, pienso. Porque si fueran los mayores del barrio de al lado todo estaría, al menos en apariencia, más limpio porque su voto sí importa. ¿Dónde queda la responsabilidad política en y para los pequeños? El verano ha comenzado a dar sus primeros coletazos prematuros y pronto los golpes de calor en jardines y coles por no estar bien acondicionados. Porque los niños no votan, pero tienen voz.
Enriqueta Ulzurrun de Asanza. Fuengirola (Málaga)
Ejercer el criterio
“El odio está de moda”, se oye de fondo en un vagón de metro. Las redes sociales, sin duda, han fomentado una democratización de la opinión, en muchas ocasiones, maquillada por el principio de libertad de expresión. Un ágora virtual desde el que absolutamente cualquiera tiene un altavoz para aportar su opinión, que no criterio. Todos hablamos de todo sin apenas entender de mucho, poniendo en valor las minucias o trivialidades que nos nublan el criterio y nos mantienen alejados de los verdaderos y grandes debates. Porque mientras podamos opinar sobre Ana Obregón o sobre el patinazo de la semana de no sé qué candidato a la alcaldía de no sé dónde, olvidaremos cultivar y ejercer el criterio. Entretanto, nos dejarán seguir jugando a los debates desde el bastión de la certeza absoluta y la superioridad moral.
Ainhoa Carreras. Barcelona
“Detrás mía”
Todavía me duelen los oídos de la bofetada lingüística que recibieron la semana pasada al escuchar a una periodista decir en televisión que alguien “estaba detrás mía”. Es lamentable observar que cada día son más los periodistas y parlamentarios que tanto en público como en privado van diciendo “detrás mía” por “detrás de mí”; “de motu propio” por “motu proprio”; “deleznable por detestable”; “in fraganti” por “in flagranti”, etc, etc. Como diría el actor Fernando Tejero: “Un poquito de por favor”.
Manuel Silva García. Madrid
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