Deriva sin freno en Nicaragua
La despótica arbitrariedad del Gobierno hunde en el colapso moral y político al régimen sandinista


La última embestida del régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo contra opositores en Nicaragua ha sido una redada que dejó más de 40 personas detenidas. El aparato del poder sandinista celebró unos juicios exprés y sin garantías en plena madrugada y dictó arresto domiciliario para casi la mitad de estos activistas, líderes campesinos y periodistas. El esquema de acusación masiva por delitos como “menoscabo de la soberanía nacional” y “propagación de noticias falsas” supone un retorcido y novedoso método que pretende sembrar el terror y, en última instancia, provocar exilios forzados. El alcance del operativo solo es comparable con la conocida como Operación Limpieza de 2018, a la que este miércoles se sumó la confiscación de los bienes de Cruz Roja y la cancelación de su personalidad jurídica. El conjunto aberrante de medidas traslada la evidencia del colapso moral y político de la pareja gobernante.
Han pasado cinco años desde la mayor oleada de protestas sociales que hizo temblar la Administración sandinista. Desde entonces, Ortega ha apretado todas las teclas de la represión, incluido el destierro el pasado mes de febrero de 222 presos políticos. Esa maniobra trataba de aliviar la presión internacional que asfixia a su Gobierno, pero acto seguido el régimen buscó golpear a esos opositores y a otro grupo despojándoles de la nacionalidad nicaragüense. Además, la liberación de un contingente de perseguidos ha reiniciado la maquinaria policial a las órdenes de Ortega y Murillo, lo que en el país centroamericano se conoce como “efecto puerta giratoria”, es decir, volver a llenar las cárceles, entre ellas una de las peores mazmorras de América, El Chipote.
El Gobierno subsiste atrincherado. Los últimos procesos electorales han sido una farsa. Ortega ha traicionado el espíritu de la Revolución Sandinista, pero no da ninguna señal que haga vislumbrar una posibilidad sincera de diálogo. Los hijos del presidente y de la vicepresidenta, Laureano y Camila Ortega Murillo, dieron hace poco una muestra de la cosmovisión del régimen en unas clases magistrales impartidas en universidades controladas por el oficialismo en las que aplaudieron el empuje de Rusia, China e Irán, y vaticinaron “el fin de la dictadura del dólar” entre rendidos elogios a sus padres.
La retórica del enemigo exterior y la vieja inquina contra Estados Unidos van más allá de la anécdota porque marcan el ritmo de la deriva sin freno de un país donde solo una salida pactada podría contener la crisis. Sin embargo, la política de aniquilación del adversario adoptada por Ortega y su aislamiento internacional, cada vez más profundo, cierran el paso a cualquier atisbo de solución. La salida del embajador estadounidense Kevin Sullivan y los feroces ataques al papa Francisco han sido el último ejemplo del autoritarismo insostenible que antes que nadie padecen los propios nicaragüenses.
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