El racismo armado
Desde hace tres o cuatro años, en Twitter ya solo importa la nacionalidad de quienes cometen delitos
Las librerías personales son una compulsión. Con lo fácil que es ir a la biblioteca, se reserva una pared, dos o incluso una habitación entera para colocar decenas y decenas de libros. Como si anduviéramos sobrados de metros cuadrados, se distribuyen los ejemplares cómo quien colecciona pins. Algunos los ordenan alfabéticamente (lector medio-bajo), otros por género (lector medio-medio, medio-alto) y los más top por lengua. El resto de los mortales los vamos colocando sin más.
En lugar de atesorar algunas pocas obras difíciles de encontrar, de valor emocional, personal, un incunable… se suman copias con un apetito descontrolado. Del clásico, como El Quijote, el básico como el Diario de Ana Frank, al hit del momento, que ahora es sin duda En la sombra (Plaza Janés) de un tal príncipe Harry, escrito por el periodista J.R. Moehringer (añadan a sus bibliotecas, si no los tienen, El bar de las grandes esperanzas y Open).
Las bibliotecas en casa dan paz, tranquilidad y sirven de aparcalibros. Las más aseadas y elegidas son una señal del estatus intelectual y económico (nos gusta creer que van por separado) y el gusto cultivado de sus propietarios. Y siempre destilan un amor inapelable al papel y la literatura, tan de verdad como exagerado. De ahí el desconcierto al hallar en la mía un ejemplar de Enric Vila.
Hoho. Em peto. https://t.co/g8fZeOpnKt
— Enric Vila (@enricvd) May 5, 2023
Estos días el periodista está de moda en Twitter después de escribir una columna titulada Permís d’armes (permiso de armas) publicada en el digital El Nacional. En él el autor se entrevista con un supuesto corresponsal anónimo de la Cataluña interior que le cuenta la situación insostenible que sufren con los marroquís y concluye que la única solución contra esa turba es armarse. “Lo que se está cociendo en Cataluña es un conflicto soterrado con España por el control del país”, analiza Vila, que asegura que ahora entiende mejor la “sensación de inseguridad visceral” que los “murcianos, los andaluces y la policía” provocaban en sus abuelos y sus padres.
La columna de opinión no es un desliz, ni un arrebato. Vila lo deja claro en la multitud de respuestas a las críticas en la red social. “Hoho. Me peto”, escribe, citando al Consejo de la Información de Cataluña, que señala que el artículo alimenta un discurso de odio, la xenofobia e incita a la violencia. Las escaramuzas siguen con unos y otros, siempre en tono jocoso por parte de Vila. La más entretenidas son las que mantiene con algunos integrantes de La Sotana, el programa de humor de moda, formado por Andreu Juanola, Joel Díaz, Manel Vidal y Magí García, alguno de ellos envueltos a su vez en otras polémicas.
Vaya por delante que aquí siempre se está a favor de las risas, la broma y del humor, incluso el hiriente. Pero cuesta verle el chiste a la columna de Vila. Es el resumen de lo que se cuece en Twitter desde hace tres o cuatro años, que no es otra cosa que una corriente racista sin ningún tipo de contención que asuela Europa. La información de sucesos es su mejor catapulta, donde ya solo importa la nacionalidad de los autores de cualquier delito.
Cómo se echa de menos aquellos tiempos de Twitter donde pasaba sin pena ni gloria una columna titulada La dictadura de los piojosos que definía así a los que protestaban en el 15-M a las puertas del Parlament: “No son de los nuestros: hablaban en español”. Con la nueva modalidad de tuits elegidos para cada usuario, sería imposible ignorarla. Elon, no pares: acaba ya con este invento del demonio y déjanos vivir en paz. El mundo real ya va sobrado de inquina.
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