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tribuna
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Macron en Pekín, Kishida en Kiev

China lidera iniciativas de cara a expandir su área de influencia, al tiempo que las principales democracias de la región adoptan medidas ante el temor a un orden unipolar en Asia bajo los designios del dragón

Fumio Kishida y Volodimir Zelenski
El primer ministro de Japón, Fumio Kishida, saluda al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, antes de su rueda de prensa conjunta, el pasado 21 de marzo en Kiev.SERGEY DOLZHENKO (EFE)
Eva Borreguero

Estos días se representa en el Teatro Real de Madrid Nixon en China de John Adams, una inmersión operística en un episodio geopolítico cuyas repercusiones nos alcanzan de pleno: el encuentro del presidente norteamericano con Mao Zedong en 1972. La producción, que arranca y atrapa con el coro de las Tres reglas de disciplina y ocho puntos de atención —doctrina elaborada Mao para el Ejército Rojo durante la guerra civil china— resuena en no pocas escenas con el viaje de Emmanuel Macron a Pekín. Ambos presidentes sucumben fascinados ante la civilización imperial milenaria. Nixon (Leigh Melrose), en tanto que protagonista de la historia, se muestra, al igual que Macron, repleto de su propia significancia. Disposición hábilmente acentuada por la destreza del anfitrión correspondiente en el manejo de la política del estatus y el ritualismo del poder, alternando la familiaridad del tête à tête —el té sin corbata de Xi Jinping al premier francés— con el despliegue de escenarios grandiosos como el Gran Salón del Pueblo. Macron trajo de vuelta la venta de 160 aviones Airbus —una pequeña compensación a la afrenta del Aukus— pero su regreso triunfante se vio empañado al comentar a la prensa que Europa no debía verse arrastrada ante un conflicto en Taiwán. Mensaje equívoco en el lugar y momento inadecuado.

El reciente desfile de dirigentes europeos a Pekín coincide con el salto dado por China a la escena global. Desde el logrado acuerdo entre los rivales Irán y Arabia Saudí, hasta la reunión con el presidente de Brasil, Lula da Silva, la potencia asiática lidera iniciativas de cara a expandir su área de influencia y ganarse la legitimidad moral de un Estado benigno y pacificador. Si bien en paralelo, y fuera de la atención mediática, están tomando forma otras dinámicas de consecuencias igualmente destacables, impulsadas por las principales democracias asiáticas, países que en distinto grado comparten el acervo cultural de China, con la que han interactuado en variadas coyunturas históricas, y ahora temen que el dragón fuerce en Asia un orden unipolar.

La primera de ellas, el despertar de Japón del letargo aislacionista de la posguerra. El Estado nipón, en proceso de normalización de las fuerzas armadas, ha duplicado el presupuesto de gasto militar para los próximos cinco años e intensifica una proyección internacional alternativa. Al tiempo que Xi visitaba a Vladímir Putin en Moscú, el primer ministro japonés, Fumio Kishida, se encontraba con Volodímir Zelenski. El viaje a Ucrania —una réplica contundente al de Xi— no pudo ser más contrastado: mientras Kishida paseaba en silencio por Bucha, donde los soldados rusos masacraron a cientos de civiles y prisioneros de guerra, Xi —recibido con pompa zarista— brindaba con Putin en el Palacio de las Facetas.

Corea del Sur se suma a esta tendencia y anuncia su condición de Estado global pivote. El Gobierno de Seúl presentó a finales del año pasado la primera Estrategia del Indo-Pacífico, un desvío de su tradicional política exterior neutral en convergencia con las posiciones de Washington y Japón. Es precisamente en la relación con Japón donde se ha producido la mayor transformación. Después de años de agrias disputas, ambas partes buscan restañar las heridas de la historia y comenzar un nuevo capítulo. La cumbre bilateral de marzo concluyó con el acuerdo de reactivar la colaboración en inteligencia y el anuncio del presidente Yook Suk-yeol de abandonar la demanda de compensaciones económicas a empresas japonesas para las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Un hito en la senda de la reconciliación.

En tercer lugar, las relaciones entre India y China se deterioran y alcanzan nuevas cotas de tensión. A la militarización de la yerma frontera que los separa en el Himalaya hay que añadir la decisión de Pekín de rebautizar con nombres chinos localidades de Arunachal Pradesh, Estado disputado en el noreste de la India que Pekín reclama como “Tíbet Meridional”. El Gobierno de Narendra Modi, que se ha mostrado firme en cuestiones como la prohibición de numerosas aplicaciones de móviles chinas, incluida TikTok, hasta el momento guarda una actitud precavida a la vez que aumenta las inversiones para el desarrollo de la región.

Por otra parte, Filipinas, que en lo que va de año ha presentado diez protestas diplomáticas contra Pekín por presuntas violaciones del derecho internacional en el Mar de China Meridional, refuerza su alianza defensiva con Estados Unidos y amplía su presencia militar a cuatro nuevas bases militares, en las que las fuerzas norteamericanas podrán estacionar de modo indefinido.

Finalmente, la preocupación de todos ellos gravita alrededor del futuro de Taiwán, conscientes de lo que el presidente francés pasó por alto en sus polémicas declaraciones sobre la isla: la interdependencia de los intereses europeos con los asiáticos, que “la Ucrania de hoy —afirmó Kishida— puede ser el Asia Oriental de mañana”. Desde el prisma de sus intereses, escribe el analista Raja Mohan, las palabras de Macron evidencian lo dicho por el ministro de exteriores indio, S. Jaishankar: los europeos piensan que “los problemas de Europa son los del mundo, y los del mundo no son los de Europa”.

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.

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