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Claves

En la revista intentamos contrarrestar el conformismo, que últimamente se ha hecho inquisitorial sobre algunos temas

Un lector ojea un número de la revista 'Claves de razón práctica'.
Un lector ojea un número de la revista 'Claves de razón práctica'.ALEX ONCIU
Fernando Savater

Según Freud, hay tres tareas a fin de cuentas imposibles: educar, gobernar y psicoanalizar. Yo añadiría a tan sabio dictamen que hacer una revista de pensamiento tampoco es fácil. Debe evitarse la simplificación periodística sin entregarse al engrudo académico, buscar temas que no interesen sólo a especialistas, aunque sin ceder al escaparate de “lo que habla todo el mundo”, evitar un claro sesgo ideológico sin olvidar que no es lo mismo tener un espíritu amplio que vacío. No sé, he llevado Claves de razón práctica durante muchos años, primero guiado por el insustituible Javier Pradera y después gracias al apoyo inteligente y generoso de Nuria Claver. Nadie ha podido estar mejor arropado y, sin embargo, cada vez me pareció que todo salía bien por casualidad. Cuando estábamos preparando un número, siempre hubo un momento en que se diría que era imposible, que todo había fallado, que los mejores colaboradores desertaban y los peores nos apedreaban con sus ocurrencias. Luego las piezas del puzzle encajaban milagrosamente, y Nuria y yo nos congratulábamos: “Oye, lo hemos vuelto a hacer. ¡Cojonudo!”.

Intentamos contrarrestar el conformismo, que últimamente se ha hecho inquisitorial sobre algunos temas como el apocalipsis climático, la ideología de género, los separatismos “democráticos” o el animalismo. Es difícil, porque quienes podrían aportar visiones originales temen comprometerse ante los guardianes del mainstream. Sobre todo pretendimos ser una revista al día pero sin esnobismo, dolencia que aborrezco exageradamente: nuestros asuntos de portada fueron las grandes cuestiones usuales, no sofisticadas virguerías importadas de la Disneylandia intelectual. Algo esencialmente opuesto al discurso de nuestros políticos y sus coros, que caracterizó Chateaubriand: “Resmas de lugares comunes, rellenos de destino, de necesidad, de derechos de cosas”. Hasta aquí llegamos, ahora sigan ustedes.

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