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columna
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Los increíbles 12 años de José Ranea

¿Qué ocurre en la vida de un policía y su familia cuando el ideal para el que trabaja (la justicia) se convierte en el monstruo que tiene que combatir?

José Ranea
José Ranea, ex alto mando de los Mossos, fotografiado en Vilanova y la Geltrú.Gianluca Battista
Manuel Jabois

El 15 de octubre de 2010, José Ranea, número 2 de la comisaría de Vilanova i la Geltrú, subinspector de los Mossos, fue detenido por sus compañeros de Asuntos Internos por estar a sueldo, presuntamente, de una organización de narcotraficantes (“mil euros al mes”, se escucha en una grabación de terceros, “medicamentos y hasta una PlayStation” —en realidad buscaba a quien le reparase una consola de segunda mano por 30 euros—). Ranea llamó a su mujer para decirle que había habido una confusión y que no iría a comer, llegaría luego. Estuvo encarcelado dos meses junto a presos que él ayudó a encerrar y acabaron pidiéndole 11 años de cárcel. Su caso fue el último rescoldo del que se llamó caso Macedonia y que empezó cuando la Guardia Civil detuvo un coche con 40 paquetes de un kilo cada uno; solo uno contenía cocaína: los 39 restantes eran azúcar y yeso. El juez, Joaquín Aguirre, no se creyó eso: pensó que los agentes habían dado el cambiazo y se dedicaban a mover en el mercado el resto de la droga.

La operación se llamó Macedonia porque las pesquisas judiciales fueron saltando de la Guardia Civil a los Mossos, a la Policía Nacional, traficantes de droga y a un valioso confidente policial; todos imputados, todos desimputados en cuanto las pruebas no daban más de sí. Pero la causa era gigante y en un solo gigante se quedó: Ranea, un hombre de 1,90 metros, 130 kilos, melena, collares, anillos, un poli de calle, de los de hablar día a día con delincuentes, intercambiar información, meter los pies en la mierda, sacrificar tiempo y familia persiguiendo criminales, un tío que conocía los códigos del hampa y los usaba para llegar al final de los delitos. Hasta que un día, ese 15 de octubre de 2010, él fue el final de un delito presunto que reventó su vida (repudiado por sus vecinos, su esposa murió por cáncer antes de su absolución) y tuvo que gastar dos años en escuchar 30.000 conversaciones telefónicas suyas para descubrir algo muy viejo en el periodismo y en la vida: que si solo seleccionas ciertas partes, eres culpable de lo que sea (lo que hizo Asuntos Internos); que si solo seleccionan otras, eres un santo; que si seleccionan todas, eres una persona con luces y sombras que trata de hacer bien su trabajo y salir adelante con dignidad, que es lo primero a lo que aspira cualquiera.

Periodistas como Anna Punsí, Jesús García Bueno, Andrea Villoria o Carlos Quílez informaron de ello, y ahora Aimar Bretos y Víctor Olazábal han hecho, junto a sus voces, un podcast escalofriante —con larga entrevista al propio Ranea— de tres capítulos en la SER (Caso Macedonia: historia de una persecución) que deja viejos e incómodos dilemas de arriesgada actualidad: hasta dónde podemos mancharnos las manos para saber la verdad o detener la mentira (para hacer nuestro trabajo, al fin y al cabo), qué ocurre en la vida de un policía y su familia cuando el ideal para el que trabaja (la justicia) se convierte en el monstruo que tiene que combatir. Y sobre todo, algo aún más sensible que transformar a un policía ejemplar (hoy condecorado) en enemigo público: ¿por qué ante la perspectiva de un gran caso, de un gran servicio a la comunidad, si este se demuestra sin recorrido, hay autoridades o agentes que se resisten a admitir un error o a bajar los brazos aun a costa de tratar de llevarse a quien sea por delante? Pedir perdón es prestigioso; lo que desprestigia es que otros tengan que pedirlo por ti.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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