El socorrido ataque a los palestinos
No han pasado ni tres días desde que Netanyahu detuvo temporalmente la reforma del Tribunal Supremo hasta el primer asalto a Al Aqsa
Vaciar la mezquita de Al Aqsa de palestinos es un objetivo sistémico de Israel. Lo sucedido estos días, en pleno Ramadán, es un grado menor, bien calculado por el Gobierno de Benjamin Netanyahu, de la limpieza étnica de Palestina a la que aspira abiertamente el sionismo ultranacionalista, ahora en el poder. Ilan Pappé, historiador israelí, ha demostrado hasta qué punto es un proyecto que sigue en marcha desde la fundación del Estado de Israel, de la que se cumplen estas semanas 75 años. Los palestinos lo llaman Nakba, voz que, de significar originalmente ‘catástrofe’ sin más, ha acabado adquiriendo tal potencial revulsivo que ya en 2011 el también Gobierno de Netanyahu ¡prohibió su uso público!
La actual violencia de los asaltos y detenciones dentro del perímetro sagrado es premeditada. Es un cebo, bastante bueno por más que burdo y manoseado, para obtener una respuesta palestina. Y con la respuesta, la excusa para escalar en la violencia y poner en marcha el discurso del terrorismo y el miedo. Misión cumplida: Netanyahu y los suyos desactivan así el creciente malestar existente en Israel y restablecen el consenso nacional que la reforma del poder judicial ha estado a punto de romper. No hace falta tener una gran imaginación. Netanyahu no la tiene. No han pasado ni tres días desde el anuncio de que detenía temporalmente la reforma del Tribunal Supremo hasta el primer asalto a Al Aqsa. El Ramadán ya hacía diez días que había empezado, y muchos palestinos se preguntaban cuándo a las provocaciones chulescas de los colonos, que se colaban en el recinto, les sucedería la intervención de la policía, dependiente del ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben-Gvir, activista él mismo del movimiento del Tercer Templo, que reclama la judaización absoluta de Jerusalén. Lo que ha venido después era previsible. Lo que pase a partir de ahora, no tanto.
Responder al lanzamiento de cohetes desde Gaza y Líbano con la desproporción habitual del Ejército israelí no es lo mismo que enviar a los cazas a bombardear los suburbios de Tiro. Desde la guerra de 2006 no había ocurrido nada parecido. Hezbolá ganó aquella guerra. Netanyahu lo sabe. Como sabe que Irán intervendrá en apoyo de su socio si llega el caso. Es su forma de poner en aprietos a la Administración de Joe Biden, tibia con él y que busca reactivar el acuerdo nuclear con Irán, anatema donde los haya para la derecha israelí, que alimenta la paranoia antiiraní y se alimenta de ella.
Los colonos, a los que en las últimas semanas se ha jaleado mientras prendían fuego a aldeas y tierras palestinas, están desbocados. Pero una cosa es que se comporten como las viejas milicias del Irgún, el brazo terrorista del sionismo de los años cuarenta, y otra que suplanten al Estado. Sitiar Ramala, como hicieron el pasado viernes, atenta directamente contra la Autoridad Nacional Palestina (ANP), la mejor baza de que dispone Israel para controlar a los palestinos.
Sin el apoyo sin fisuras de Estados Unidos y la connivencia de la ANP, a Netanyahu se le puede complicar el futuro como no había previsto.
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