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Columna
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Sumar y seguir

Merecería la pena que los logros conseguidos tuvieran tiempo de consolidarse antes de que llegue Vox a destruirlo todo con el PP de la mano. Pedir hoy responsabilidad es un acto de verdadera camaradería

Acto de Yolanda Díaz en la presentación de la plataforma Sumar, en el polideportivo Magariños, en Madrid. Foto: SAMUEL SÁNCHEZ (EL PAÍS) | Vídeo: EPV

Me resulta imposible separar las palabras del pasado hoy a la hora de dar la bienvenida al proyecto Sumar. El deseo de unidad de la izquierda es un viaje de ida y vuelta que implica sentimientos y razones, no ya para la persona que se ha visto envuelta en las tristes dinámicas de las divisiones, sino en el muchacho que se comprometió con la democracia y la justicia social en los últimos años del franquismo. Y han sido sentimientos y razones lo que hoy ha desplegado Yolanda Díaz en la presentación formal de Sumar y su candidatura a la presidencia del Gobierno: la rehabilitación actual del discurso de la izquierda ha sido el resultado de una escucha efectiva por toda España y con múltiples huellas en un discurso que ha reivindicado la tradición que va desde las Cortes de Cádiz hasta la memoria de la Segunda República pasando por el federalismo republicano de Pi y Margall. Pero sobre todo no ha olvidado ni la utilidad práctica de la política ni la necesidad de una política en mayúsculas que no renuncie a la ternura y se ocupe de la gente y las necesidades mayoritarias de la gente: desde la vivienda como política de Estado hasta la defensa de una cultura demasiadas veces abandonada o la reforma de la semana de 40 horas, desde la inclusión de la salud bucodental en la sanidad pública a la defensa de los derechos de las mujeres, “cansadas de tutelas” y de ser “ninguneadas”.

Del mismo modo que el futuro es ya presente, el presente se remonta también al pasado reciente. La palabra rojos brotaba entonces para denunciar la amenaza que suponían comunistas, socialistas, anarquistas, sindicalistas, anticlericales, republicanos y feministas en el orden establecido por las élites de la dictadura. Educado literariamente en mis muertos (Federico García Lorca), en mis exiliados (Machado, Alberti y María Teresa León) y en mis maestros más cercanos (Blas de Otero, Ángela Figueras, Gloria Fuertes, Ángel González y Gil de Biedma), me sentí unido a cualquier matiz que supusiese la oposición a la España reaccionaria. El enemigo acertaba al despreciarnos a todos juntos, estábamos unidos por el mismo deseo de libertad, igualdad y fraternidad. Nos une mucho más de lo que nos separa. Desde entonces, cuando me preguntan por mis razones y mis sentimientos, me encuentro muy cómodo en la condición de rojo.

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Pero cuando pienso en el pasado, pienso también en las negociaciones que la política, mi compromiso político, establece con la realidad. Además de tener ideas, es saludable que esas ideas sirvan y ayuden al bienestar de la gente. Para un rojo, mirarse al espejo es inseparable de abrir la ventana y observar lo que ocurre en la calle. El diálogo fue decisivo a la hora de conseguir la democracia. Como poeta, la libertad no supuso para mí únicamente la alegría de recibir a Rafael Alberti y poder votar cada cuatro años. Fue también el deseo de transformar la vida, la educación sentimental, lo que cabe en las palabras amor y sexo, más allá del dogmatismo reaccionario.

Ese deseo señaló el camino personal y público. Pero las cosas no resultaron fáciles entre los rojos. Una parte del Partido Socialista consideró que integrarse en Europa suponía dejarse llevar por los aires del neoliberalismo y se puso a trabajar al servicio de las grandes empresas y las multinacionales. Por eso se alejó en cuanto pudo de lo que había a su izquierda. Y en esa izquierda de la izquierda, hubo también quien se olvidó de entender la realidad, envanecido con su pureza, subido al altar de la sublimación y la nada. ¿Es que no se podía trabajar juntos? Sí, se pudo en Andalucía y las cosas dieron resultado. Fue entonces cuando las élites económicas quisieron cargarse a Izquierda Unida y al PSOE para obligar a un pacto PP-PSOE, convirtiendo en figuras televisivas a los líderes de Podemos. Pero la realidad social en crisis fue superior a la capacidad mediática de las élites. Podemos se les escapó de las manos. Al final se creó una nueva coyuntura en la que el PSOE y Podemos formaron un Gobierno de coalición. Sería muy injusto que los errores ocultasen lo mucho conseguido.

Aquí entra la palabra hoy. Pese al griterío y la manipulación de los poderes mediáticos a sueldo, los partidarios de la democracia social hemos vivido unos años de alegría, aferrados a un sueño más que a un sillón. La política ha sido muy útil para dignificar la vida de la gente con logros laborales, económicos, culturales y cívicos. Más que identificarme con un partido, me siento alegre por una situación transformadora de la realidad de una España que hoy reivindica la autoridad de la política y desborda los límites impuestos por las grandes fortunas. Ahora sí estamos integrándonos en la mejor Europa.

Que salga bien el proyecto de Sumar no es un asunto interno en la izquierda de la izquierda. Afecta del todo a las posibilidades del Gobierno de coalición. Merecería la pena que los logros conseguidos tuvieran tiempo de consolidarse antes de que llegue Vox a destruirlo todo con el PP de la mano. Pedir hoy responsabilidad es un acto de verdadera camaradería.

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