Seducir y convencer
En la moción de censura, los dos polos ideológicos utilizaron retóricas opuestas y la mejor valorada fue la menos negativa, precisamente la que utilizó argumentos
Uno de los grandes tópicos sobre el discurso que instauró la autodenominada “nueva política” apuntaba al protagonismo de la emotividad y los aspectos psicológicos, cuya intensidad conseguiría desplazar el contenido estrictamente político. Se trataría, en definitiva, de un discurso más preocupado por seducir que por convencer. Y aunque cabe apreciar cierto regreso —lento—, de la importancia del mensaje político, la reciente moción de censura evidencia que, efectivamente, los mensajes de los principales partidos muestran alta intensidad valorativa.
Nuestra escucha está normalmente filtrada por nuestra ideología, de manera que estamos más dispuestos a confundir seducción y convicción en aquellos líderes que consideramos propios. Cuando escuchamos a los que reconocemos como nuestros, también en el ámbito personal, es fácil que nos dejemos llevar por la consigna de Calixto, “Melibeo soy y a Melibea adoro, y en Melibea creo”. Por eso los partidos abusan de los personalismos. Y también por eso es útil recurrir a los análisis automatizados de textos, que permiten objetivar las valoraciones sin el condicionante ideológico. Uno de estos programas (Lingmotif, desarrollado por Antonio Moreno en la Universidad de Málaga) señala que los discursos de Gamarra y Abascal en la moción de censura se acercaron al máximo de intensidad valorativa (con un 94% y un 91% respectivamente), mientras las intervenciones de Tamames fueron las menos apasionadas (68%).
Tal intensidad, obviamente, se mueve a su vez entre dos polos cualitativos, que aportan el matiz de expresividad. Existe una retórica negativa, censora, que recurre a la crítica y la condena, y un discurso positivo, constructivo, que busca y ofrece salidas. Según los dos polos discursivos se acercan a su versión más radical aparecen el catastrofismo, el insulto y el sarcasmo, o bien la sensiblería impostada y la afectación. Ambos extremos coinciden en impedir el diálogo; se trata de estrategias igualmente monológicas, aunque su disposición anímica sea justo la contraria.
Resulta fácil reconocer las retóricas negativas, cuyo estilo remite a las campañas negativas de Lee Atwater o, más recientemente, Steve Bannon. Son las que bautizan los pactos como “mercadillo donde se subasta la soberanía nacional”, o califican a una vicepresidenta del Gobierno como “alumna aventajada” del presidente y “marca blanca” de Podemos; su premisa es degradante, despreciativa, respecto a la realidad y respecto a los demás partidos. Probablemente la muestra más evidente la escuchamos cuando el promotor de la moción, al pedir la palabra por, supuestamente, sentirse ofendido, aprovechó para llamar al presidente del Gobierno “jefe de La Manada”; esa intervención mostraba la perfecta fusión de insulto y victimismo. De hecho, los ataques personalistas hiperbólicos constituyen la acción discursiva más definitoria de las retóricas negativas. Su seducción es una seducción a la contra, más biliosa que cordial; busca afinidad en la crítica o en el odio.
En el polo retórico positivo, los textos suelen dar más importancia al contenido referencial y se extienden más sobre las políticas, aunque sin excluir, obviamente, las cuestiones psicológicas y los valores, como escuchamos cuando la vicepresidenta proponía “un país a favor, sin odio, un país adelante y un país que reivindique, como no puede ser menos, la alegría”. Cuando estos discursos personalizan el ataque se refieren a hechos más que a carácter, y por lo general se detienen en la ironía sin llegar al sarcasmo.
Existen muchos factores eficaces para lograr la adhesión del auditorio; por ejemplo, el recurso a connotaciones y sobreentendidos. Pero si nos centramos solo en la literalidad de las palabras observamos que los textos pronunciados el 21 y 22 de marzo por los representantes de las fuerzas políticas mayoritarias muestran una curiosa escisión. Utilizando una escala valorativa que sitúa el extremo de polaridad positiva en 100 y el de polaridad negativa en 0, los discursos del eje de la derecha obtienen en Lingmotif puntuaciones de la mitad baja de la escala (34 el discurso de Abascal, 36 el de Gamarra, y 46 el de Tamames), mientras los dos oradores del eje de la izquierda pronuncian los discursos de menor negatividad (50 en el texto de Sánchez, 56 en el de Díaz). Sin duda, se puede argumentar que contribuye a esta diferencia la posición de Gobierno u oposición, pero lo que describimos es algo más definitorio que circunstancial, y puede comprobarse también cuando estas posiciones se invierten.
Esta diferencia apunta a una correlación entre ambos polos retóricos y los dos bloques ideológicos ratificados por la moción de censura. Se diría, de hecho, que los dos modelos de país confrontados el 21 y 22 de marzo recurrían, también, a dos modelos distintos de discurso: uno mucho más expresivo, que busca la seducción negativa y por tanto se aleja más de la política, y otro más neutro, que parece apoyarse más en la convicción y el argumento político. La pregunta que surge es hasta qué punto estas diferencias referidas al léxico se relacionan con el hecho de que los discursos mejor valorados hayan sido, precisamente, los menos negativos; discursos que —tal vez— seducen con argumentos.
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