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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Trolear al Parlamento

La moción fracasada sirve al exhibicionismo de Vox, refuerza al Gobierno y diluye al PP en la incomparecencia

La bancada del PSOE aplaude a Pedro Sánchez durante la segunda sesión de la moción de censura, el miércoles en el Congreso.
La bancada del PSOE aplaude a Pedro Sánchez durante la segunda sesión de la moción de censura, el miércoles en el Congreso.Jaime Villanueva
El País

El espectáculo de la moción de censura de Vox terminó ayer con su rotunda derrota por 201 votos en contra (y la abstención de los diputados del PP), una forzada foto de la formación de ultraderecha junto al candidato y un sabor amargo tras la mezcla de displicencia y ocurrencias de sobremesa que desplegó Ramón Tamames en el tramo final del debate, trasladando a la Cámara el tono de una charleta de café. Sus declaraciones asumiendo el relato ultra del origen de la guerra en 1934 y no en su auténtico origen, la sublevación franquista de 1936, su trémula invocación a Isabel la Católica como reina con mucho mando y presunto ejemplo feminista por contraste con el presente o su ofensivo diagnóstico sobre la existencia hoy de más violaciones que nunca fueron un grotesco colofón que no merecía el Congreso y menos todavía la sociedad española.

Los proponentes del candidato quizá no lo compartan, pero el profesor y exdiputado Ramón Tamames sí conoce, o conoció en algún momento de su vida, la relevancia de la política institucional y la fragilidad de los sistemas democráticos cuando se ven erosionados por operaciones que aprovechan retorcidamente sus mecanismos legales. Eso es lo que ha sucedido durante dos días en el Parlamento, y eso forma parte del veneno más nocivo de la ultraderecha europea cuando accede al poder o intenta hacerlo y se ve blanqueada por acción (la de Tamames) u omisión (la del PP). La protección de las instituciones es la protección misma de la democracia, y es material altamente sensible: muy difícil de fabricar y muy fácil de arruinar. Esta moción ha llegado cargada de antipolítica, y esa es la peor munición contra las democracias: reducir la complejidad de los problemas a soluciones expeditivas y sencillas, sin necesidad de dedicar largos periodos de tiempo y reflexión al análisis, la discusión y finalmente la negociación. Subió a la tribuna —o habló desde los escaños de Vox— una versión actual del arbitrismo del siglo XVIII, con soluciones rápidas y fáciles para todos los males.

En ese contexto resulta aún más inexplicable la equivocada profilaxis del PP al mantener la abstención en lugar de un voto contrario a la moción. La derrota de Vox ha arrastrado un fracaso algo menos previsible y más grave: el PP ha desaprovechado la oportunidad de esgrimir un programa de gobierno que visualice su alternativa en política económica, social, de género o de empleo. La ausencia deliberada de Alberto Núñez Feijóo en el Congreso y su silencio estos dos días no sirvió ni para elevar la estatura pública del liderazgo del principal partido de la oposición ni para revalidar su presumida moderación ante la jerigonza ultraderechista que exhibió el líder de Vox. El objetivo real de la moción fue someter al PP a una encerrona de la que no escapó Cuca Gamarra al dejar sin respuesta la oferta de pacto de Abascal “para ofrecer a los españoles una alternativa sólida”, según dijo. Pero calificar de “cainita” al Gobierno de coalición, como hizo Cuca Gamarra, encaja paradójicamente a la perfección en el nutrido repertorio de insultos que la ultraderecha dedica a Sánchez.

El Gobierno ha salido indudablemente reforzado de los debates. Y está por ver si la moción le ha salido del todo mal a Vox. En el transcurso de los dos días, el PP ha diluido su carácter institucional en el Congreso sin que compareciese un proyecto de Estado capaz de competir contra la extrema derecha (y su minuciosa labor de zapa democrática que opera a diario) y contra el mismo Gobierno de coalición.

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