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Columna
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Pasarse con la dosis

Hasta ahora la ciudad levantada en obras era la peor afrenta de Colau a sus vecinos, pero el hecho de que algunos de sus proyectos de reforma cuentan con apoyo o vayan a lucir bien al terminarse exige a los rivales un aumento de carga explosiva en la crítica

La alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, en un acto de Sumar en Barcelona, el pasado sábado.
La alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, en un acto de Sumar en Barcelona, el pasado sábado.Gianluca Battista
David Trueba

Pronto serán las elecciones municipales en toda España y cada vecino habrá notado las prisas por acabar obras, los cantos de seducción, los escándalos reales o fingidos que siempre acompañan a los procesos electorales. Convertidas cada vez más en un ejercicio de prestidigitación, las estrategias políticas hacen aparecer y desaparecer ante los ojos asombrados de los votantes todo tipo de objetos y fantasías. Pero sin duda, uno de los más llamativos es el empeño por destronar a Ada Colau como alcaldesa de Barcelona utilizando atajos. El fuego perpetuo de una gran parte de la prensa ha llevado a verdaderos excesos. Se personaliza en ella cualquier queja, se engrandece todo desmán que una ciudad grande siempre padece. Si uno no paseara de tanto en tanto por esas calles llegaría a creer que asomarse a ellas es algo así como ser lanzado en paracaídas a una favela suburbial. Ha sido habitual en todo su mandato que se le presenten demandas desde asociaciones turbias con nombres de apariencia bondadosa y fondos buitres atizan su equipo jurídico contra ella, lo que para muchos es una condecoración para un político en activo. Defender a la población contra los depredadores podría considerarse una de las mejores razones para dedicarse a la política activa.

Nadie duda de que Ada Colau ha cometido errores. Tantos como quepan en sus dos ejercicios en el poder. Pero desde el primer día, cuando ni siquiera la invitaban a salir en medios, supo explotar su disidencia. Algunos gestos han sido para la galería, con lecturas de la política internacional o institucional innecesarias. Sin embargo, la semana pasada se pudo asistir a otro de esos espectáculos del exceso. Fue el propio Ayuntamiento de Barcelona el que tuvo que denunciar ante la Fiscalía a un guardia civil y un policía nacional por difundir en redes sociales la noticia falsa de que la propia alcaldesa Colau había permitido empadronarse a 1.600 magrebíes en un solo piso para que cobren ayudas sociales a cambio de sus votos. La supuesta noticia corrió por todos los orificios de nuestro gruyère convivencial, pese a que ya de salida presentaba un tufo a fabricación. Lo que no evitó que fuera compartida por personas destacadas y muchos de ellos con responsabilidades públicas. Por lo que se ha comprobado, en el piso estaban empadronados cinco ciudadanos, pero se trataba de seguir expandiendo una idea que toma fuerza cada vez que se aproximan elecciones. Relacionar inmigración ilegal con una fuerza política concreta es tosco pero rentable.

Agitar fantasmas como el censo fraudulento, muy de pueblines con cacique al mando, no parece demasiado cabal en Barcelona, un núcleo tan poblado y variado que para manipularlo requiere de mucha pericia y no poco ingenio. Hasta ahora la ciudad levantada en obras era la peor afrenta de Colau a sus vecinos, pero el hecho de que algunos de sus proyectos de reforma cuentan con apoyo o vayan a lucir bien al terminarse exige a los rivales un aumento de carga explosiva en la crítica. Nadie en España sería capaz de encargar un informe como el que los británicos han llevado a cabo dentro de Scotland Yard para enfrentarse a los elementos xenófobos dentro de la institución. Nosotros nos conformamos con intuiciones y el tenaz esfuerzo de algunos por hacerse notar. Si Colau merece perder el bastón de mando convendría que fuera en justa lid. No se pasen con la dosis.

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