Irak-Ucrania-China: siga la línea de puntos
Pekín se posiciona para sembrar las semillas de su futura hegemonía en los escombros que deje la onda expansiva de Ucrania
El pasado lunes se cumplieron 20 años del comienzo de la guerra de Irak. ¿Por qué este aniversario ha pasado tan desapercibido? Quizá sea por la incomodidad de reflexionar sobre aquella violación de la soberanía de un país independiente a cargo de un miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sin su aprobación, y que este sea EE UU y no Rusia, abanderado de aquel falso globalismo democrático que no llegaba a Guantánamo y que funcionó como escudo ideológico de una catástrofe para Oriente Próximo y para su propia imagen. “Los ideales son peligrosos, no lo duden”, escribía por entonces Rafael del Águila al explicar cómo racionalizamos los principios para hacerlos encajar en nuestra visión del mundo y con nuestros intereses, aunque “en su nombre se haga estallar todo”. Porque si hay algo peor en política que un cínico es el fanático convencido, encarnado entonces por la hybris neocon que tuvo al mejor de los valedores en nuestro envalentonado presidente Aznar, quien llegó a recrear y retorcer la realidad en su execrable manipulación del 11-M, nuestra particular pérdida de la inocencia en los albores de la era de la posverdad.
Merece la pena recordarlo, y no solo porque Aznar asome sus colmillos para presumir de aquella servicial política exterior que respaldó la vulneración de todas las reglas de derecho internacional, aunque las crónicas internacionales que han narrado el desastre ignoren la famosa foto de las Azores. Y es que hay analistas que aún no entienden que aquel terremoto político provocó una onda expansiva que sigue condicionando el orden actual, en especial la negativa de la mayoría de los países del Sur Global a posicionarse sobre la Guerra en Ucrania, que ven como otra guerra europea. Antes de que Pedro Sánchez inicie su visita a Pekín, algunos ya le leen la cartilla advirtiéndole de que China es una autocracia y no puede ser mediador de nada porque no es imparcial, como si los esfuerzos de Macron y Scholz por atraer a Pekín como potencial mediador no hubiesen existido. Mientras se desdeñan la propuesta de paz del “sospechoso” Lula o la de Xi Jinping, Pekín negocia con Rusia para que use el yuan chino en sus relaciones comerciales con Asia, África e Iberoamérica.
Esta globalización paralela liderada por China sucede en un escenario cada vez más incierto respecto a la política interior de su rival hegemón. En noviembre de 2024 habrá elecciones presidenciales en EE UU y ninguno de los dos grandes partidos parece tener recambio para Biden o Trump. Norteamérica está ensimismada y el trasfondo de un marco tan líquido es el de una brecha que se agranda progresivamente entre Occidente y el resto del mundo, mientras Europa sigue sin definir su política exterior y militar, de la que también depende nuestra economía. Irak simboliza un fracaso colectivo, el inicio del derrumbe de la narrativa occidental. Rusia lo intuía, pero China lo sabe, y por eso impulsa un relato de cambio de época y nuevo rumbo de la Historia, posicionándose para sembrar las semillas de su futura hegemonía en los escombros que deje la onda expansiva de Ucrania.
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