Ramón Tamames, el economista que pudo gobernar
¿Hacía falta una sesión plenaria para compartir un puñado de impresiones más o menos afinadas y más o menos discutibles sobre la política y la economía de España?
Daniel Davot y Peachy Carnehan querían ser reyes de Kafiristán. Como en el país de El hombre que pudo reinar no había parlamentos ni mociones de censura, encizañaron a los jefes tribales. Llegaban a una aldea y preguntaban al cacique quiénes eran sus enemigos. El cacique señalaba al pueblo de al lado y enumeraba las afrentas: “Se mean río arriba para que nos bebamos su pis”, decían, en un reproche que se parece a las acusaciones de los presidentes autonómicos de hoy. Así, tribu a tribu, aspiraban a dominar el reino. Además de ambiciosos y pícaros, Daniel y Peachy se sentían superiores. Eran ingleses, caray, y hasta el más bruto de los ingleses podía impresionar a esos zarrapastrosos.
Si hasta el más bruto de los españoles se siente superior a los diputados, cómo no iba a sentirse Ramón Tamames muy por encima de la espuma parlamentaria de los días. Resumió en una gavilla de folios los problemas del Kafiristán español y se presentó con sable y casaca roja como paladín de Vox. El jefe de tribu Abascal le había dicho: “El Gobierno se mea río arriba para que nos bebamos su pis”, y el catedrático se ofreció a solucionarlo. La puesta en escena amenazaba esperpento clásico, pero el resultado fue una clase plomiza con oratoria de maestro antiguo leyendo apuntes amarillentos que los alumnos ya se saben. Los esperpentos, los circos y las parodias son entretenidos, y algunos nos consolábamos suponiendo que, como poco, pasaríamos una mañana animada. Pero el candidato no solo no demostró la superioridad intelectual, moral y política que hasta los más hostiles le concedían antes de la moción, sino que fue el instrumento de esta degradación filibustera del parlamentarismo. Tocó fondo cuando interrumpió a Pedro Sánchez, reprochándole la extensión de su respuesta y calificándola de “tocho”. Fue el momento más triste de un triste día.
La ambición de un intelectual que nunca renunció a ser rey de Kafiristán se ha aliado con el cinismo torpe de Vox para hacer perder el tiempo a todo un país. No era necesario un Parlamento para este discurso. Todo lo propuesto en él se puede defender en tribunas de prensa como esta, en ciclos de conferencias y hasta en ensayos literarios o académicos. ¿Hacía falta una sesión plenaria para compartir un puñado de impresiones más o menos afinadas y más o menos discutibles sobre la política y la economía de España? No voy a destripar el final del cuento de Kipling. Solo diré que no acabó bien, como esta función.
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