Columna
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Madrid

No es bueno confundir el progreso con la prepotencia del lujo y la degradación de los servicios públicos

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, participan en el rodaje de un anuncio en Plaza de España, el pasado 22 de enero.
El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, y el alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, participan en el rodaje de un anuncio en Plaza de España, el pasado 22 de enero.MARISCAL (EFE)

Qué bien tu nombre suena, rompeolas de todas las Españas. Madrid, Madrid, insistió Antonio Machado, para homenajear el nombre de la ciudad en la que había madurado su vocación poética y cívica. El poeta andaluz fue muy consciente de la importancia que tenía Madrid a la hora de consolidar la convivencia nacional, los valores democráticos y las realidades sociales de todas las Españas, un mar vivo y movido por su unidad en la diversidad. Frente a la caricatura franquista, tardé poco en sentir Madrid como una ciudad mía, porque era de todos. Y ese sentimiento fue decisivo a la hora de sentir sin prejuicios el patriotismo democrático español mientras viajaba por el mundo.

Los sentimientos se enturbian cuando la importancia decisiva de Madrid quiere aislarse del resto de España y las tentaciones autoritarias se mezclan con inercias económicas que pretenden acaparar la riqueza. Una clase elitista que desea aumentar sus beneficios a costa del empobrecimiento de la mayoría se ve representada por la metáfora de un Gran Madrid glamuroso de dinero, alejado de la realidad nacional y en guerra declarada con los demás territorios. Esta dinámica se encarna ahora en una derecha de barra libre, sin impuestos al rico, incapaz de acordar medidas políticas con otros partidos que no sean representantes de la derecha extrema nacionalista.

Madrid merece el reconocimiento de su importancia clave para la convivencia nacional. Es un error confundirse de orgullo y caer en una soberbia de enfrentamientos identitarios como si la razón de su porvenir se basara en la hostilidad con otros territorios hermanos. No es bueno confundir el progreso con la prepotencia del lujo y la degradación de los servicios públicos. Tampoco conviene pensar en un futuro marcado por la desigualdad en vez de por un desarrollo justo y compartido. Madrid, sí, Madrid, rompeolas de todas las Españas, tuyo y mío, no Gran Madrid, patriarcado del elitismo económico y sus marionetas.

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