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Columna
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La antipolítica de Jacinda Ardern

Su “No tengo energía” muestra a una persona desprendida del poder justo cuando los líderes de la internacional ultra instigan asaltos a las instituciones para mantenerse en él a toda costa

DEL HAMBRE
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

Circula un vídeo en clave de humor con las muestras de complicidad entre Macron y Sánchez paseando por Barcelona, abrazándose y poniéndose ojitos mientras sellan un tratado de hermandad. Los códigos de la política respetable descansan desde el siglo XIX en ese homoerotismo que legitima los gestos de afecto entre hombres en el ámbito público, pero la polarización de género que rige la política hace que esa situación no pueda funcionar a la inversa. En un encuentro similar entre la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, y la de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, un periodista espetó: “¿Se reúnen ustedes porque tienen la misma edad y muchas cosas en común, en política y otros asuntos, o pueden los neozelandeses esperar acuerdos entre nuestros países más adelante?”. “Nos reunimos porque somos primeras ministras”, dijo Ardern. Hoy sabemos que no fue una anécdota aislada.

Pero aún hay quien se pregunta si la política y otros trabajos socialmente reconocidos están diseñados de forma que expulsan a las mujeres. Sus códigos de funcionamiento, formulados y ejercidos históricamente por hombres, están tan ampliamente aceptados que parecen normales o neutrales. Esa supuesta normalidad ha servido para presentar como distorsionada o desencajada la presencia y experiencia de las mujeres en la política, y estudiado está que las que llegan se enfrentan a más retos que sus homólogos masculinos. También que son más autoexigentes y no se consideran lo suficientemente preparadas hasta un umbral mucho más alto que el de los hombres. Se habla, además, de una discriminación de orden superior, que tiene que ver con menospreciar en la mujer atributos que en ellos se considerarían dignos de elogio, como la asertividad o la suavidad del tono de voz, interpretados como signos de estridencia o falta de integridad al exhibirlos una mujer.

En realidad, la renuncia de Ardern es perfectamente coherente con su estilo de gobierno sencillo y honesto, comunicado sin filtros, y exponiendo su humanidad, como hizo Marin cuando circularon los vídeos de ella bailando en una fiesta. Entendimos sus razones porque, frente a los códigos dominantes en esas esferas, ella sí parece alguien de la vida real. Es desde ahí como Ardern ha construido un contramodelo. Su famoso “Ellos son nosotros” tras los atentados de Christchurch rompió con el binomio “ellos vs. nosotros” de la lógica política ultra internacional mientras forjaba un liderazgo fresco y novedoso. Tocada con un pañuelo negro al consolar a las comunidades de inmigrantes afectadas, su gesto reforzó ese “nosotros” creando una imagen empática y poderosa que proyectaba la fuerza normativa de ese liderazgo y un valioso cambio de perspectiva. Y lo ha vuelto a hacer: su “No tengo energía” muestra a una persona desprendida del poder justo cuando los líderes de la internacional ultra instigan asaltos a las instituciones para mantenerse en él a toda costa. Ahora que Ardern decide la vida que desea vivir, quizás sea el momento de plantearnos qué parte de responsabilidad tenemos nosotros en que esa vida no sea compatible con el ejercicio del poder.

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