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Columna
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Los artilleros libran en Navidad

Una breve tregua unilateral, sin mediadores internacionales, no llega ni siquiera a trampa. Nadie la cree

Putin Navidad
Vladímir Putin, en la catedral de la Anunciación en el Kremlin, el sábado.MIKHAEL KLIMENTYEV / SPUTNIK / K (EFE)
Lluís Bassets

Vladímir Putin ha ordenado una tregua de 36 horas con motivo de la Navidad que los cristianos orientales celebran el día de la Epifanía. Pocos le han obedecido. Los combates terrestres han proseguido, especialmente alrededor de Bajmut, donde se libra una despiadada batalla casa por casa, con destacada participación de los mercenarios de la compañía privada Wagner, contratista especializada en reclutar presos con largas condenas a cambio de un buen sueldo y del indulto en el caso improbable de que sobrevivan.

El patriarca Kiril, metropolitano de Moscú con pretensiones de control sobre la ortodoxia ucrania y feroz inspirador religioso de la guerra, ha sido también ahora el manso inspirador de la tregua. En pocas ocasiones puede Putin enfundarse la piel de cordero con alguna posibilidad de éxito, al menos entre los más excitados de sus partidarios, cómodamente arrellanados en las truculentas tertulias de las televisiones gubernamentales, y siempre dispuestos a denunciar a sus generales por ineptos e insuficientemente belicosos y a demandar con sus bravatas incluso la utilización del arma nuclear.

Una breve tregua unilateral, sin mediadores internacionales, no llega ni siquiera a trampa. Nadie la cree. Es una simple operación propagandística dirigida a la población rusa y destinada a mantener vivo el teatrillo de figurantes del Kremlin, donde Putin puede escenificar un debate sobre estrategia bélica, reunirse con las viudas de los caídos en combate o felicitar la Pascua para levantar la moral con la compañía de unos aseados agentes secretos disfrazados ahora de soldados, luego de marineros y más tarde de familiares de los soldados o de devotos cristianos.

Su ejército solo muestra alguna eficacia en dos tipos de operaciones: las de repliegue para evitar derrotas mayores y las propagandísticas, como la tregua ahora anunciada. El resto son batallas perdidas y, salvo un caso, el de Jersón, retiradas desordenadas y catastróficas, acompañadas de vandalismo, pillaje y crímenes de guerra. Con una tregua propagandística al menos desvía la atención ante tanta mala noticia, como la muerte bajo las bombas ucranias de centenares de reclutas en Makiivka, el suministro de vehículos blindados franceses, estadounidenses y alemanes al Ejército ucranio o el brillante y persuasivo discurso de fin de año de Volodímir Zelenski.

La única tregua creíble hubiera sido el cese indefinido de los bombardeos rusos sobre las ciudades, una ocasión bien plausible para abrir contactos en dirección a la paz. A Putin no podía ni ocurrírsele, porque sería renunciar a la única estrategia que le funciona, puesto que solo exige cañones, munición y crueldad suficiente para convertir a los civiles en objetivo militar y debilitar así la moral del adversario para negociar con ventaja.

No ha sido una tregua, sino una breve libranza para que los artilleros pudieran acompañar a los popes putinistas en sus celebraciones de la Pascua ortodoxa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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