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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El futuro del hidrógeno verde

La Comisión avala el acuerdo para activar la interconexión europea de energía limpia a través del tubo H2Med

Desde la izquierda, Emmanuel Macron, Ursula von der Leyen, Pedro Sánchez y António Costa, durante la cumbre euromediterránea de Alicante, el pasado día 9.
Desde la izquierda, Emmanuel Macron, Ursula von der Leyen, Pedro Sánchez y António Costa, durante la cumbre euromediterránea de Alicante, el pasado día 9.Roberto Plaza (Europa Press)
El País

El pacto entre los gobiernos de España, Francia y Portugal, auspiciado por el Ejecutivo comunitario, significa la puesta en marcha de un inédito tubo submarino entre Barcelona y Marsella en 2030, destinado a trasladar cada año dos millones de toneladas de hidrógeno verde. El acuerdo consolida el impulso a un vector energético esencial para el éxito de la transición hacia un mundo en el que los combustibles fósiles tengan un peso residual. El empuje de la Comisión Europea resulta fundamental pero condicionado a fomentar la energía verde: de los 2.500 millones de euros que costará, Bruselas podrá financiar hasta la mitad de esa cantidad.

La electrificación es el paso necesario para la descarbonización del entramado energético global, hoy sostenido en un 80% por los combustibles fósiles. Pero ese proceso no resulta suficiente: necesita un complemento para aquellos usos —transporte de mercancías, industria pesada— en los que la capacidad y el peso de las baterías o las necesidades de calor hacen necesarias otras alternativas. Ahí es donde el hidrógeno verde, generado con electricidad de origen renovable, se abre camino a pasos agigantados. En la cumbre euromediterránea de Alicante el pasado viernes, fue la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, quien subrayó: “El hidrógeno verde va a cambiar la historia de Europa y va a ser una parte crucial de nuestro sistema energético”. Es la constatación de un creciente convencimiento en Bruselas sobre la oportunidad que los Veintisiete tienen por delante. Por primera vez desde la era del carbón, la UE podrá crear las condiciones para cubrir buena parte de sus necesidades del futuro con energía limpia y endógena y liberarse de ataduras a terceros países o bloques hasta llegar a dar la vuelta a su balanza comercial.

En escasos meses, el hidrógeno verde ha pasado de ser poco más que una promesa lejana a algo casi tangible. Aunque sus costes de producción siguen siendo sustancialmente más altos que los de su versión sucia —generada con carbón o, sobre todo, con gas natural—, la proliferación de anuncios de inversiones está acelerando los tiempos para alcanzar la rentabilidad. En la fase de generación, las petroleras —grandes consumidoras de hidrógeno sucio en sus refinerías y con el respaldo de arcas repletas gracias a la escalada de precios del crudo y los carburantes— han anunciado en las últimas semanas importantes proyectos en este segmento. Rolls-Royce acaba de probar con éxito su uso en lugar del queroseno en una turbina de avión comercial, y Airbus mantiene que en 2035 ya habrá aeronaves surcando los cielos impulsadas por hidrógeno. Y Maersk, una de las mayores navieras del mundo, acaba de desvelar su plan para producir en Galicia y Andalucía ingentes cantidades de metanol verde —un combustible en cuya generación el hidrógeno es esencial— para alimentar su flota.

La apuesta de España en esta carrera global no es caprichosa. La península Ibérica tiene las mejores condiciones de Europa para la energía fotovoltaica, la fuente de energía más barata en la actualidad: más horas de sol que cualquier otro Estado, amplia disponibilidad de terreno y una de las redes de conducción más robustas del continente, que permite conectar decenas de nuevos gigavatios de potencia en los próximos años. Para que este nuevo escenario se convierta en realidad habrá que tener en cuenta, sin embargo, dos factores importantes: la oposición del movimiento contra las renovables y la escasez de agua, que, junto con la electricidad, es el segundo ingrediente esencial para su producción.

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