Aquella carta de Raúl Guerra Garrido
El escritor desnudó literariamente a los terroristas cuando aún mataban, a los torturadores policiales cuando ejercían de tales, pero sobre todo el turbio dominio del nacionalismo vasco
Raúl Guerra Garrido no sólo fue un buen escritor, como saben sus lectores, y una excelente persona, como podemos atestiguar quienes le tratamos, sino también un hombre valiente. Aclaro para los que no sepan el significado de la palabra: ser valiente no consiste en dar grandes lanzadas a los moros muertos, ni en desenterrarlos y pasear sus huesos, ni en criticar a políticos de los que en democracia no cabe esperar mayores represalias, ni en proferir de palabra o por escrito “henormidades” cuyo venial escándalo sólo engrosa nuestro caché como influencers. No, valientes son los que denuncian las fechorías de quienes pueden comprometer su futuro o amargar su presente. O sea, aquellos que no piden permiso para ser libres a los que monopolizan las reglas de cómo serlo impunemente. Raúl desnudó literariamente a los terroristas cuando aún mataban, a los torturadores policiales cuando ejercían de tales, pero sobre todo el turbio dominio del nacionalismo vasco y sus aprovechateguis: lean La carta (escrita hace 32 años) y luego entérense de las penalidades que padeció por esa lúcida novela.
Ahora es de mala educación llamar “filoetarras” a quienes son bastante más: hablemos de la inflación, el desempleo, las pensiones... o sea de problemas que compartimos con el resto de europeos, pero no del separatismo (compinchado con el Gobierno) que nos aqueja específicamente. Raúl escribió sin esas precauciones, cuando los progres oficiales ―igual que hoy― consideraban que denunciar demasiado a los terroristas y sus servicios auxiliares era favorecer a la derecha... además de peligroso. Ahora ya es abiertamente fascista, calificativo intemporal. Por eso los donostiarras no esperamos que su nombre bautice una estación, como el de Almudena Grandes en Madrid, ni una calle, ni siquiera una farmacia: mejor así. Preferimos que nadie indigno manosee al valiente.
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