_
_
_
_
tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sarajevo bajo cero: manual de instrucciones

El precedente del largo cerco que sufrió la ciudad bosnia durante tres años y medio permite extraer lecciones para los duros momentos que padecen los ucranios por la guerra

Ciudadanos de Sarajevo sufren un ataque de mortero serbio durante un funeral, el 28 de diciembre de 1992.
Ciudadanos de Sarajevo sufren un ataque de mortero serbio durante un funeral, el 28 de diciembre de 1992.VINCENT AMALVY
Pere Vilanova

Ahora que estamos viendo, día a día y en directo, la guerra bajo cero que padecen tantos ucranios, aquellos que conocimos el cerco de Sarajevo, de Mostar, de Tuzla durante su guerra, podemos recordar algunas cosas. Un primer elemento en común: los civiles de esas ciudades, víctimas del agresor serbio. Los civiles de toda edad y condición tienden a parecerse en todas las guerras. Pero una primera diferencia es, de momento, la duración de la agresión. En Ucrania llevan nueve meses bajo las bombas, en Sarajevo el cerco duró más de tres años y medio, de marzo de 1992 a octubre de 1995. Y después del alto el fuego logrado por la OTAN, todavía duraron varios meses más (de hecho, hasta el siguiente invierno de 1996) las duras condiciones de vida porque el estado de las infraestructuras, agua, electricidad, telecomunicaciones, necesitaba una reconstrucción desde cero. No quedaba casi nada. Otra diferencia es que Sarajevo estuvo cercada, estrangulada, por los serbios de las colinas, y solo un magro (y peligroso) túnel construido a pico y pala que cruzaba por debajo de la pista del aeropuerto permitía un hilo de contacto con el exterior. Si van a Sarajevo, se puede visitar. Mientras, Kiev tiene espacio suficiente para —con mucho peligro— salir a campo abierto hacia el oeste.

Lo interesante es cómo la población de Sarajevo tuvo que organizar su día a día durante tres inviernos, con temperaturas bajo cero, sin agua corriente, ni luz eléctrica, ni cristales en el 90% de las ventanas de la ciudad (los bombardeos serbios buscaban también ese plus de efecto invernadero). ACNUR intentó distribuir… ¡plástico para las ventanas! en algunos barrios, como alternativa. Lo peor era el agua o, mejor dicho, no tenerla. Hablo de agua de boca, de higiene personal, etc. Por no mencionar los inodoros. ¿Ducharse? Había que esperar hasta el verano, y bajar al río, pero estabas a tiro de los francotiradores serbios de las colinas. ¿Cocinar? Faltaba agua, faltaba un artilugio sobre el que cocinar, faltaba comida, y combustible. El artilugio —pueden visitar el museo de la guerra en Sarajevo— estaba hecho con diversos trozos de metal, soldados entre sí y con poca ventilación, claro, porque la familia solía pasar el día (y la noche) en una sola habitación. Y dormir todos juntos en los días más fríos. ¡Ah, y el combustible! Pues muy pronto hubo que cortar árboles, y en Sarajevo había muchos. Pero cada vez había que ir a buscarlos más lejos de casa. En lo que llamaré “mi barrio”, Basharcija/Ploce, subiendo hacia Travnik, había un bosquecillo. Allá se instaló uno de los cementerios de urgencia, los dos más importantes de la ciudad (el cementerio del León, y el cementerio judío) no daban más de sí. A medida que retrocedía el bosquecillo, su madera ayudaba en algo a calentar las casas y hacer las estelas de las tumbas que crecían ladera arriba. Lo dramáticamente curioso es que para septiembre de 1995 solo quedaban unos pocos árboles, y entonces se acabó la guerra. Allí quiso ser enterrado el presidente bosnio Alija Izetbegovic y un diminuto mausoleo puede ser visitado.

Y de las condiciones sanitarias, ¿qué decir? En junio de 1992, el periodista francés Jean Hatzfeld fue tiroteado camino al aeropuerto y perdió una pierna. Consiguieron llevarle hasta el hospital clínico del centro, solo quedaban unas dosis de morfina, y los pacientes de su sección pidieron a los médicos que se las dieran al periodista francés. Como los serbios de Radovan Karadzic y Ratko Mladic no querían incordiar más al presidente francés François Mitterrand (su posición en aquella guerra fue un monumento a la ambigüedad), Hatzfeld fue evacuado en uno de los pocos aviones que los serbios (que rodeaban también el aeropuerto) permitieron salir. Salvó la vida, pero no la pierna.

Hablando del tema, los efectivos de las fuerzas de Naciones Unidas que gestionaban los vuelos de salida y entrada, de la ONU o de ACNUR, se frustraban. Acabaron fabricando una especie de tampón con el que —si querías— te sellaban el pasaporte, y que decía “Maybe airlines you book we cancel”, pues al final del día salía un avión de cada cuatro o cinco. ¿Y quién cancelaba? Los serbios a tiro limpio.

Dentro de la tragedia, en Kiev podemos ver fuentes o puntos de distribución de agua potable o, signo de una guerra en tiempos tecnológicos, puntos de recarga de teléfonos móviles y tabletas.

La idea, volviendo al tema de fondo de este artículo, sería sacar adelante un proyecto mixto Sarajevo-Kiev, que bien pudiera apadrinar la ciudad de Barcelona, para montar talleres de cómo los habitantes de Sarajevo tuvieron que inventar de todo para no sucumbir a más de tres años y medio de frío y muerte, empezando con artefactos para cocinar y calentar una habitación de una casa, sin agua y sin leña.


Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_