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Columna
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Manual para boicotear un Mundial

Si tanto nos molesta la humillación a los homosexuales, el sometimiento de la mujer, la explotación del pobre, el comercio con dictaduras, el dinero blanqueado y la corrupción del deporte tenemos cuatro años para dedicarnos a remediarlo

Ceremonia de inauguración del Mundial de Qatar, este domingo.
Ceremonia de inauguración del Mundial de Qatar, este domingo.AMR ABDALLAH DALSH (REUTERS)
David Trueba

Desde su origen, la palabra boicot previene a sus usuarios. No era otra cosa que el apellido del capitán Charles Cunningham Boycott, un administrador irlandés que se encontró con el rechazo y el bloqueo de sus contribuyentes. Así que no es raro pensar que todo boicot se vuelve contra uno mismo, como le pasó al epónimo, porque vivimos en un mundo que obliga a las personas a aceptar la contradicción a cada instante. Todos los que pretenden boicotear el Mundial de fútbol de Qatar lo hacen por las razones correctas. Las miserias de las que se acusa a ese país son ciertas. Pero desperdiciaron los años anteriores para esquivar sus fondos financieros o su gas importado. Y, si nos referimos al aficionado al fútbol, verdadero gozante de un Mundial, ya viene entrenado de casa. Porque en algún momento su propio club habrá estado en manos de un ladrón, un jeta o una familia compuesta de ambas cosas. Y, sin embargo, su fidelidad lo bendecía todo. Y los emigrantes reventados para servirles de mano de obra quizá acabaron en Qatar porque nuestras vallas y porrazos eran aún más disuasorios. Lo ha explicado Infantino, la cabeza de la FIFA; el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Y mientras nos pensamos si tirar la piedra y, por supuesto, esconder la mano, él ya ha cogido el dinero, ha impermeabilizado la corrupción y aguarda a que resolvamos nuestras contradicciones en el paraíso fiscal de su conciencia.

Hay quien verá el Mundial por el rabillo del ojo. Hay quien lo boicoteará en cuanto eliminen a España, como hacemos con Wimbledon en cuanto eliminan a Nadal. Hay quien lo verá envuelto en la bandera arcoíris. Hay quien donará sus ojos a la ciencia para no verlo. Y hay quien lo mirará desde el otro lado de la cristalera de una cafetería, porque no tiene ni para pagarse un cortado. No podemos boicotear el Mundial de Qatar porque ya antes habíamos boicoteado la presencia en el campeonato de Rusia, así que si ahora lo ignoramos, Putin no sufrirá tanto como nos gustaría. Boicotearíamos nuestro boicot. Es el Mundial de la despedida de esa generación de dos que han sido Messi y Cristiano. Es el Mundial de una España juvenil y renovada, con Ansu Fati y Nico Williams como abanderados. Es un Mundial que se juega en noviembre, por lo que los jugadores no estarán reventados como siempre tras la demoledora temporada y a lo mejor por eso vemos buen fútbol, pese al calor, porque para recordar una jugada memorable en un Mundial hay que remontarse al de 1986.

Nos guste o no, cuando empieza el juego se termina la idea. Al que no le interesa el fútbol tiene una oportunidad de oro, porque en vez de quedar como un pedante cada vez que asegura que no lo sigue, ahora podrá presumir de una moralidad de la que los demás carecen. Pasear por la calle durante los partidos de España tiene premio, se saludará usted con otros igual de honestos y éticos. Ya se sabe que durante esas retransmisiones bajan los delitos y las Urgencias quedan vacías para goce de Ayuso. Y una vez que acabe el Mundial, si tanto nos molesta la humillación a los homosexuales, el sometimiento de la mujer, la explotación del pobre, el comercio con dictaduras, el dinero blanqueado y la corrupción del deporte profesional tenemos cuatro años para dedicarnos a remediarlo. Cuatro años para insistir en que hay que luchar contra esas afrentas. Pero a diario, partido a partido.

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