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Columna
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El Twitter de Musk albergará más odio

El absolutismo de la libre expresión es una forma infantil y pomposa de estimular el odio de los ignorantes. Vaya un logro del mejor cerebro tecnológico del mundo libre

Imagen de Elon Musk en una pantalla sobre pegatinas con el logo de Twitter.
Imagen de Elon Musk en una pantalla sobre pegatinas con el logo de Twitter.DADO RUVIC (REUTERS)
Javier Sampedro

Elon Musk, creador de PayPal, SpaceX, Tesla y Neuralink, ha comprado Twitter, ha proclamado que va a liberar al pájaro, en referencia al logo de la compañía, y se ha declarado un “absolutista de la libre expresión”. Ojalá lo fuera también de la igualdad. El problema del absolutismo es que no ve más allá de sus narices. Los juristas están hartos de repetirnos que no existen derechos absolutos. Si mi libertad de expresión conduce a que te agredan a ti, pierdo ese supuesto derecho absoluto de inmediato, luego no es absoluto. También lo pierdo si lo uso para propagar el odio con un discurso racista, sexista o directamente homicida. La justicia española acaba de imponer la primera condena por publicar en las redes un falso argumento supremacista y venenoso contra los menores inmigrantes. El absolutismo de la libre expresión es una forma infantil y pomposa de estimular el odio de los ignorantes. Vaya un logro del mejor cerebro tecnológico del mundo libre.

Musk no es el diablo, ni tiene nada de imbécil. Abandonó su Sudáfrica natal en 1988, a los 17 años, por el asco que le daba el apartheid y antes de tener que hacer la mili bajo ese régimen racista. Hacía cinco años que había inventado su primer videojuego, que de forma premonitoria vendió con provecho a una revista informática. Empezó a estudiar física en la Universidad de Stanford, California, pero duró allí exactamente dos días, que fue lo que tardó en colegir que el poder de internet para cambiar la sociedad era muy superior al de la física. Esa idea es errónea, pero comprensible tras dos días de estudio. A partir de ahí, Musk reveló un talento empresarial con pocos precedentes. La lista de empresas que abre esta columna lo atestigua con elocuencia.

No es que Twitter haya sido hasta ahora el nirvana de la información veraz. La red ha sido explotada masivamente por los Gobiernos ruso y chino para propagar mentiras, desestabilizar instituciones y manipular las elecciones de medio planeta. Pero al menos la red había ido aceptando regular sus contenidos ante la presión constante de los gobiernos y los parlamentos. Musk, el absolutista de la libre expresión, se propone eliminar esas regulaciones. Sus intenciones pueden ser buenas, pero resulta dudoso que lleguen a buen puerto.

Internet es una herramienta prodigiosa que ha cambiado el mundo en pocas décadas, pero sus posibilidades son mucho mayores que cualquier cosa que hayamos visto hasta ahora. La educación, la cultura, la ciencia, el arte y el progreso de la gente deben aún beneficiarse enormemente de esta red capaz de abarcar el mundo entre sus manos. No hemos sido los usuarios quienes hemos inventado internet. Fue obra de científicos desinteresados que pusieron su talento y su trabajo a nuestro servicio. Y al servicio de los empresarios, naturalmente. Si el nuevo Twitter de Musk sirviera para hacer avanzar el conocimiento y la formación de la población mundial, deberíamos estar celebrándolo con champán y porros, como le gustaría a Elon. Pero lo más probable es que sean la mentira y el odio quienes acaben sacando más partido del absolutismo de la libertad. Con independencia de lo que quiera cobrar el empresario, eso será una pésima noticia.

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