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tribuna
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Menos eurocentrismo con China

Es mucho mejor superar el discurso binario (y muy poco productivo) de democracias contra autocracias, y centrarnos mejor en cómo articular las relaciones futuras con la segunda potencia mundial

El presidentre de China, Xi Jinping.
El presidentre de China, Xi Jinping.Andy Wong (AP)

El reciente congreso del Partido Comunista de China (PCCh) y la reunión del canciller Scholz con Xi JinPing han producido mucho ruido en medios internacionales; y para nuestra grata sorpresa también en cabeceras nacionales. Es importante que dediquemos recursos y esfuerzos a observar y entender a China. Sin duda, ser conscientes de la relevancia e influencia que tiene y tendrá Pekín como actor fundamental en la configuración de los equilibrios de poder, el desarrollo de nuestra economía y el bienestar futuro es algo muy positivo para nuestra sociedad.

Sin embargo, es una lástima que la mayoría de la cobertura y el análisis no hayan sido divulgados con afán de comprender China, sino, en términos generales, impulsados por lo que Shane Weller en su libro La Idea de Europa ha denunciado como “euro-centrismo, euro-supremacismo y euro-universalismo”. Una afección que lleva siglos con nosotros.

En un presente marcado por la rivalidad geopolítica y la revolución digital (que comprime el espacio y el tiempo, y acelera y aumenta las tensiones sociales) y con un futuro más incierto que nunca, marcado por la incertidumbre radical; China cree que la única manera de navegar por este oleaje es reforzando el liderazgo de Xi Jinping, y, por ende, transmitir certidumbre a su población en tiempos de gran inseguridad.

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En este Congreso Xi Jinping se ha desmarcado abiertamente del modelo de “crecimiento a toda costa” promovido durante el mandato de su predecesor, Hu Jintao, a nivel interno, y ha despejado toda duda sobre si abrazará el modelo occidental de las democracias liberales. El objetivo es desarrollar el país de una manera más equilibrada y sostenible, alcanzando de esta forma los objetivos marcados para 2049, que no son otros que superar la trampa de la renta media que ha asolado a muchos otros países en desarrollo. Pero el camino para llegar allí será el del socialismo con características chinas.

La fórmula de Xi para lidiar con sus mayores amenazas recientes: el separatismo de Hong Kong y Taiwán, la covid, la guerra tecnológica y comercial con EE UU y la desaceleración económica después de que haya explotado la burbuja inmobiliaria, así como la que ha relevado que aplicará a la hora de afrontar retos futuros, es la misma: más y más Partido. Partido como garante de que el Estado no sea capturado por grandes empresas tecnológicas y financieras (muchos en China piensan que esto ocurre en EE UU). Partido para evitar verse limitados por poderes extranjeros (a ojos de mucha de la élite china, eso es lo que ocurre en Europa).

Viendo la importancia mediática que se le ha dado a la salida poco honrosa, hasta humillante, del congreso de Hu Jintao, cabe preguntarse (salvando lógicamente las distancias entre sistemas democráticos y autoritarios) ¿no tenemos comportamientos políticos similares en occidente? En los partidos ¿es fácil entrar, crecer o llegar a liderarlos? ¿No se eliminan rivales políticos de una manera poco caballeresca? La Biblia o el Quijote ya se hacían eco de este ancestral problema: es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

Desde occidente estamos dedicando quizás demasiada energía a criticar el modelo de gobernanza chino, cuestionar el liderazgo de Xi o entrar en el debate de política doméstica de Pekín. China merece ese escrudiño, pero no podemos dejar de analizar las políticas que subyacen a la propaganda leninista del Partido. Como ha señalado Yuen Yuen Ang, Xi Jinping ha desmantelado la toma de decisión colectiva introducida por Deng Xiaoping pero no así el mandarinato tecnócrata que implementa las políticas.

En este congreso, China públicamente nos ha desvelado cuáles serán sus prioridades y objetivos. Las metas que busca alcanzar, proyectos a reforzar y retos que quiere superar (económicos, políticos, sociales y culturales). Debemos seguir muy atentos pues todas las esferas de la economía y la política quedarán definidas por los objetivos de lograr una “prosperidad compartida” y la “modernización” del país que tanto enfatiza Xi.

Con una visión más nacionalista e ideológica, y con una meta clara de lograr su propia “autonomía estratégica”, veremos en sectores que China todavía no posee una completa independencia estratégica un auge de oportunidades para las empresas extranjeras. Y es la autonomía lo que busca China, al igual que nosotros, y no la supremacía. Por lo menos, por ahora.

Es precisamente el desarrollo de tecnología, la innovación científica, la sanidad, la fortificación de sus cadenas de suministros o el desarrollo de energías verdes lo que copa el interés de Pekín. Y es ahí donde las mayores posibilidades de cooperación y negocio residen. Empresas y expertos españoles coinciden en un análisis habitual: ser prudentes, alejarse del cortoplacismo y buscar comprender las dinámicas de manera local. El mercado chino seguirá siendo un gran consumidor de todo tipo de productos y posiblemente marcará muchos de los estándares del futuro; es necesario desarrollar estrategias a largo plazo, lejos del ruido de las tensiones geopolíticas, para no quedarse descolgados. La visita esta semana a Pekín del Canciller alemán, Olaf Scholz, sigue esa misma visión, bajo el convencimiento claro que darle la espalda a China sería un error histórico.

La nueva etapa en la que se embarca China no ha de ser necesariamente un éxito. Es probable que la concentración de poder por parte de Xi traiga consecuencias negativas, tal y como predice Daron Acemoglu. La pérdida de peso e influencia de las tradicionales facciones y familias políticas como la de Shanghái o la de las juventudes, próximas a los expresidentes Jiang Zemin o Hu Jintao, respectivamente, no son una buena noticia. Muchos liberales chinos (y haberlos haylos) están muy decepcionados por el rumbo que está tomando su país. Y con razón. Pero modificar, ajustar o cambiar los contrapesos internos y el modelo político y económico chino corresponde a los mil cuatrocientos millones de ciudadanos chinos.

Seguir deslegitimando al PCCh (cuando pocos politólogos expertos en China lo hacen) sólo consigue crear más tensiones geopolíticas, en un momento donde nuestras propias democracias están pasando por crisis de legitimidad profundas. Es arrogante insistir en nuestro euro-centrismo, euro-supremacismo y euro-universalismo cuando nuestro propio modelo de sociedad está cuestionado. También es irónico criticar a China por imponer más estado y menos mercado, cuando nosotros estamos en esa misma tendencia. E igual de cínico es rechazar de cuajo el modelo autocrático chino, cuando se estrechan las relaciones con las monarquías del Golfo.

Es mucho mejor superar el discurso binario (y muy poco productivo) de democracias contra autocracias, y centrarnos mejor en cómo articular las relaciones futuras con China. Si bien no nos corresponde a España, Europa o las democracias occidentales decidir el futuro de ningún tercer país soberano; sí que nos compete decidir con quién, hasta qué alcance y cómo desarrollar nuestras relaciones internacionales y comerciales. A nivel estratégico es importante reducir las dependencias que tenemos con China, pero igual de vital es poder cooperar con la segunda potencia mundial, que más que nos pese, no va a ser una democracia en el futuro próximo, pero sí que será un actor clave en toda la futura agenda de la gobernanza global, desde la seguridad a la economía y acabando en el medioambiente. Precisamente, nuestro mayor desafío como humanidad es lograr una acción colectiva contra el cambio climático. ¿Acaso pensamos que podemos lograr eso presentando a China casi siempre como una amenaza?

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